Ignacio Camacho-ABC

  • Ninguna ley va a poner sordina al escándalo del ‘caso Begoña’ ni a impedir la publicación de verdades incómodas

Ha sido decir Sánchez que queda año y medio sin elecciones y pensar todo el mundo en que las puede convocar pasado mañana. El reflejo pauloviano, ya saben, de una opinión pública acostumbrada a que el presidente y la verdad mantengan una relación ciertamente laxa y en cualquier caso desconectada del compromiso convencional entre el pensamiento y la palabra. Tomémoslo como una declaración de voluntad a expensas de las circunstancias y, en el caso de la legislatura, de la posibilidad de recomponer la endeble mayoría parlamentaria. Ya se sabe que Pedro no miente, sólo cambia de criterio, se adapta a la evolución de los acontecimientos. Él no pensaba otorgar la amnistía, por ejemplo, ni pactar con Podemos, como tampoco piensa ahora, ejem, en prorrogar por segundo año consecutivo los Presupuestos. Pero sabe hacer de la necesidad virtud, que no al revés, y no hay nada que considere más necesario ni más virtuoso que su permanencia al frente del Gobierno. Y como un adelanto electoral la pondría en riesgo habrá que creer que no se producirá… de momento.

Así que para matar el tiempo y que parezca que hay alguien al mando es menester inventarse algún proyecto de nombre altisonante, algo capaz de hacer ruido político y mediático y de paso poner sordina al caso Begoña, rebautizado por Óscar López, para ir creando ambiente, como caso Peinado. Una ley contra la prensa, patente demostración de talante democrático. Dado que eso suena mal así planteado, aunque es de lo que se trata, habrá que rebautizar el hallazgo como lucha contra la desinformación y los bulos de la máquina del fango, apropiación indebida de un sintagma que Umberto Eco acuñó para denunciar los autoritarios abusos de poder del régimen berlusconiano. La cosa, traducida a eso que Celaya llamaba castellano vulgar y aquilatado, va de cerrar periódicos o al menos de intimidarlos y dejarles claro que hay asuntos que no conviene airear porque no resultan de su agrado.

Ya dice el refrán que cuando el diablo –es metáfora– no tiene nada que hacer, con el rabo mata moscas. Sucede que estas moscas (cojoneras) son difíciles de matar y que además ya es tarde para silenciar el escándalo de la esposa que montaba cátedras truchas en un despacho de la Moncloa y recomendaba la contratación pública de sus empresas patrocinadoras. Ni esa ley en ciernes ni ninguna otra van a impedir la publicación de verdades incómodas. A Sánchez le pueden servir para tener al paisanaje entretenido, copar la agenda de las tertulias y abrir algunos informativos. Poco más; ni siquiera es seguro que sus socios vayan a seguirle por ese camino. Lo que sí es seguro es que él pasará y cuando pase, el periodismo seguirá en el mismo sitio y contará cómo su propio partido se deshace de él y reniega del sanchismo. A estas alturas ya debería saber que este oficio –como el suyo, por cierto– no consiste en hacer amigos.