Miquel Escudero-El Correo
Yo no sé ya quién conoce a Hermann Hesse, Premio Nobel de Literatura, o lo ha leído (es el autor de ‘El lobo estepario’); así lo deduzco de mis recientes conversaciones con mis estudiantes. No me equivocaré si digo que aún menos se sabe de Robert Walser. Fue un escritor suizo enormemente sensible que, cual caballero medieval, hablaba del deber especial que tenemos de mostrar ejemplaridad en tanto seamos observados por alguien. Postulaba ofrecer alrededor ternura y bondad con energía, y, por supuesto, jamás ensañarse con el adversario. Sería inmejorable que este estilo de vivir amable se propagase.
Sin embargo, la experiencia enseña que siempre hay que estar al quite de quienes se esmeran en colarnos trampas, y rechazarlas en voz alta. A menudo corresponde desnudar mentiras clamorosas. Abstenernos de combatirlas nos desautorizaría como ciudadanos demócratas y liberales. Cabe ser conscientes de que demasiada gente conjuga ser conformista con quienes mandan y agresiva con quienes desentonan, lo cual impide, ciertamente, prodigar ‘ternura y bondad con energía’. Me voy a remitir a una frase del cineasta Pier Paolo Pasolini: «Mejor ser enemigos del pueblo que enemigos de la realidad». Deberíamos rebelarnos ante la exigencia de seguir la corriente.
Hace 50 años, el comunista Pasolini marcaba distancias con lo que se suele llamar antifascismo y escribió ‘Il fascismo degli antifasciti’. Denunciaba lo ingenuo y estúpido que resulta definirse así, incluso en ocasiones es presuntuoso y rebosa mala fe. El enemigo número uno, decía, es la «ideología inconsciente y real» del hedonismo consumista que a todos impregna, voten a quien voten.