Rebeca Argudo-ABC

  • Si Pedro Sánchez no supiera nada susceptible de ser utilizado en su contra, no tendría que acogerse a su derecho a no declarar

Yo entiendo que de la declaración de Pedro Sánchez ante el juez Peinado, de esos apenas dos minutos, lo que más llame la atención sea el «es mi esposa» referido a Begoña Gómez cuando el juez le pregunta si «con esta persona tiene usted algún tipo de relación de parentesco, amistad, enemistad». Lo entiendo, digo, porque no es habitual verle diciendo una verdad. Es como ver a un pez de colores degollando ancianas o a Paloma Cuevas en el baño de una estación de autobuses. Pero, superado el estupor inicial, recuperada la compostura ante el hecho extraordinario e insólito, todavía es más escalofriante el siguiente, ese en el que, con aplomo, afirma que se acoge a la dispensa del artículo 416. A mí que, como cualquier otro ciudadano, se acoja a cualquier artículo que le asista, del tipo que sea, me parece estupendo. Solo faltaba, está en su derecho. Lo que me parece alarmante de que lo haga precisamente él es que lo que prevé este artículo (como le explica muy claramente el juez Peinado y así se escucha a la perfección en el audio) es la dispensa, si así lo desea y debido a su parentesco, de declarar «en todo aquello que pudiera perjudicarle (a su esposa)». Por lo tanto, no es difícil deducir que alguien tan preocupado por los bulos, las maledicencias y la desinformación, en caso de que existiese la posibilidad de aportar información (de la buena) que aclarase la situación y despejase toda duda sobre la probidad en el obrar de su señora, lo habría hecho rápida y diligentemente. Porque lo que le dice el juez no es que está dispensado de declarar así en general (ya sea por pereza, dejadez, incomodo, soberbia o desprecio), sino que lo está de hacerlo en todo aquello que pueda perjudicar o comprometer. Lo que le está diciendo es que le asiste el derecho de callar todo lo que es mejor que no sepamos, lo que despejaría toda duda, o ayudaría a que eso ocurriese, convirtiendo en certezas lo que ahora son solo sospechas. Y la respuesta a esa invitación, a la de no dañar a su mujer, es «me acojo a la dispensa del artículo 416». O sea, un «elijo no decir lo que sé y que podría ser perjudicial para la madre de mis hijas» como un día de fiesta. Porque si no supiera nada susceptible de ser utilizado en su contra, no tendría que acogerse a su derecho (insisto: legítimo) a no declarar. Y si tuviese en su mano despejar toda duda con su declaración no consigo entender cuál sería el interés en dilatar el proceso, acrecentar el menoscabo en la imagen pública y la credibilidad de su santa e insistir en el bochornoso espectáculo de que en este país tengamos a la mujer del presidente (y al hermano) investigados por delitos de corrupción, malversación, prevaricación y tráfico de influencias. Todo lo que dice Sánchez en esos dos minutos es «buenos días», «Pedro Sánchez Pérez-Castejón», «es mi esposa», «no», «tampoco», «señoría, me acojo a la dispensa del artículo 416» y «deseo acogerme al derecho que viene reconocido en la ley». Pero jamás dijo tanto ni tan claro en el callar.