Iñaki Ezkerra-El Correo

  • Con el concierto catalán, las miradas se están dirigiendo hacia el vasco

Era inevitable que las concesiones de Sánchez a los nacionalistas catalanes desataran los celos de los nacionalistas vascos, como era previsible que desataran los celos de las demás comunidades hacia la catalana y la vasca. Dicho de otro modo, el PNV se pone a reclamar un «nuevo estatus vasco» en un momento en que le convendría mantenerse discreto pues la mera aparición en escena de un concierto económico a la catalana similar al suyo hace que las otras autonomías miren también a este último con los mismos celos y el mismo ánimo de cuestionarlo. Resulta hiriente, en fin, gritar «¡qué hay de lo mío!» cuando lo que le están dando al vecino es lo que tú has tenido siempre y lo que no tiene el resto de españoles.

Sí. En el debate nacional que se ha abierto sobre el cupo catalán, y que Sánchez trata de contener porque ha calado en su propio partido, las miradas se están volviendo también hacia el cupo vasco, cuya opacidad en su actual cálculo ha tomado Sánchez como modelo para el otro. Y es que, pese a su retórica federalista, el presidente del Gobierno ha tragado, como sus predecesores, no ya con un Concierto vasco que tiene su origen en el fuerismo liberal de la Restauración, sino con esa falsificación peneuvista de éste que supone convertir el cupo en un tramposo instrumento de negociación con el Ejecutivo central de turno y ahora transformar el Concierto Económico en político en aras de una bilateralidad contraria a los derechos históricos.

Sánchez vende hoy el concierto catalán como un paso en su presunta concepción federal del Estado, pero la naturaleza de esa institución es foral, no federal. Es exactamente la antítesis del federalismo por más que se obvie esa contradicción añadiendo a este último el estrafalario apellido de «asimétrico». Llamar asimetría a la desigualdad es usar un eufemismo impropio de una izquierda que supuestamente busca la justicia social y que tendría que cambiar, para ilustrar esa traición, la letra de la propia Internacional: «Arriba, asimétricos de la Tierra, en pie, pantagruélica legión…»

Lo que en realidad quiere hacer Sánchez con Cataluña es lo que hizo Cánovas con el País Vasco, solo que este último lo hizo tras el final de la III Guerra Carlista con la consiguiente abolición foral de 1876 y Sánchez lo haría más de tres siglos después de la Guerra de Sucesión y de los Decretos de Nueva Planta que siguieron a aquélla y que no afectaron a las provincias vascas porque habían sido leales a Felipe V. Como se ve, las distintas velocidades entre vascos y catalanes vienen de lejos y la diferencia del planteamiento federal con el foral no es superflua. Un concierto catalán no sería un paso federal ni confederal, sino una concesión tardoforal que exigiría la lealtad a la Corona.