Manuel Marín-Vozpópuli

En un país en el que los amnistiados redactan su propia amnistía, en el que los recusados resuelven sus recusaciones, y en el que quien invoca la convivencia sólo genera división y fractura, sólo puede ocurrir lo obvio: que los corruptos se defiendan llamando corruptos a quienes les juzgan. España ya le ha dado la vuelta al tablero de su propia democracia y el envés está repleto de contradicciones insalvables. Como para no estar confusos.

España es un país en el que no se llama dictadores a los dictadores. En el que el mismo líder de la oposición que niega al gobernante la posibilidad de gobernar sin presupuestos afirma que sí es posible hacerlo cuando es él quien está en Moncloa. Un país en el que se legisla para que los servicios secretos dejen de ser secretos, y en el que los fugados retornan al lugar del crimen para volverse a fugar. En España se legisla contra los bulos basándose en bulos. España es un país en el que los casos son “no casos” y en el que a un gobernante no se le critica por su gestión, sus socios, sus cesiones o sus delirantes cambios de criterio, sino por ser guapo.

España es un país donde ser joven y no poder pagar una vivienda es sinónimo de Estado del bienestar. Donde los trenes te arrumban en un andén, o a mitad de vía, y, sin embargo, están en su mejor momento de la historia. Donde se construyen 285.000 viviendas sociales que ni se construyen, ni son viviendas, ni son sociales. Donde la derecha reaccionaria y nacionalista es sinónimo de izquierda progresista. Donde la derecha liberal es fascista y ultramontana, y donde la izquierda progresista imita reformas con tufo franquista y censor. España es un país donde a un rescate arbitrario a una empresa amiga, porque los amigos de mi mujer son mis amigos, se le llama “préstamo participativo con interés variable sujeto a los beneficios de la empresa a través del Fondo de Apoyo a la Solvencia de Empresas Estratégicas”. Y es un país donde te venden a Anne Hathaway para encontrarte luego a la Gracita Morales de Wisconsin.

España es un país donde el autopoder personalista es sinónimo de democracia ejemplar. Donde se dictan sentencias de obligada ejecución cuya ejecución consiste en su incumplimiento. Donde se castiga la obligación de conocer la lengua oficial y se premia no conocerla. Donde un Parlamento hace de todo menos parlamentar. Es una nación en la que el privilegio de un territorio para disponer de más dinero en su caja consiste en meter la mano en el bolsillo de otros dieciséis, convenciéndoles además de que es buena cosa que pierdan ese dinero porque, hombre, eso es la igualdad y así ganamos todos. Un país donde la solidaridad es insolidaridad, bien vestida y peinada. Donde la injusticia es justa, el agravio es equidad y los timados con la estampita son los de siempre.

España es un país en el que los amnistiados redactan su propia amnistía, los recusados resuelven sus recusaciones, y donde te venden a Anne Hathaway para encontrarte después a la Gracita Morales de Wisconsin

Un país donde al chantaje se le llama diálogo, a la extorsión, negociación, a la claudicación, consenso, y a la mentira, valores democráticos. Donde se ensalza hasta la beatificación a los delincuentes que golpean el modelo de Estado y vulneran la legalidad, y a cambio se criminaliza como a delincuentes a quienes defienden al Estado y la legalidad. Un país en el que la palabra ‘no’ en la sede del partido es ‘sí’ en el Congreso, y viceversa. Un país en el que la historia se falsea y deja de ser historia para reinventar el pasado a la medida del presente. Un país donde el feminismo combativo reduce las penas a los agresores sexuales en lugar de aumentarlas, donde se dimensiona la igualdad con criterios de desigualdad, y donde los muros no sirven para aislar a los enemigos de la democracia, sino para reunir a los amigos del totalitarismo. Un país, sí, donde al intervencionismo se le llama libertad.

España es una nación en la que los periodistas libres son solo los que decide su Gobierno, que lo son. En el que el delito del tráfico de influencias de un imputado es un delito de prevaricación del juez. En el que al enchufismo del traficante de influencias se le llama honestidad y a la honestidad, represión judicial. Un país en el que la malversación de caudales públicos es una práctica ética si te limitas a alegar que no tuviste una voluntad maliciosa de forrarte. Un país que inventa un constructo jurídico para que desviar dinero público sea en realidad una práctica moralmente intachable y políticamente ejemplar. Un país donde la inflación es análoga de bienestar y prosperidad, y donde al bienestar y a la prosperidad se les llama ‘dumping’ fiscal y deslealtad. En fin, donde los parados son trabajadores fijos discontinuos y donde el revanchismo es reconciliación.

En España, los terroristas son promotores de la paz, y la paz es arrumbar a las víctimas, cancelándoles su vida con un negacionismo indecente. Un país donde lo inconstitucional es constitucional, y lo constitucional, un vestigio del franquismo. Donde la propaganda es política, y “hacer política” es echar gasolina al coche en cuyo maletero te fugas. España es un país con capital administrativa en Madrid y capital real en Ginebra. Un país en el que la izquierda está a bofetadas, pero siempre vota igual, y en el que la derecha piensa exactamente lo mismo y siempre vota distinto. Un país en el que se justifica que los terroristas internacionales maten por su tierra y en el que se niega a las democracias el derecho a defenderse exactamente por lo mismo. España es un país con territorios donde los españoles son inmigrantes en su propia casa. Donde el odio se premia o se castiga dependiendo de la ideología y no del volumen de odio cierto que rezumas. Y donde hacer millonarias a elitistas estrellas del fútbol es racismo.

España, en definitiva, es un país donde la minoría política es mayoría social, y la mayoría política, minoría social. Un país que se permite tener una ‘Agenda 2050’ rellenada por ministros ociosos… con su ‘Agenda 2024’ vacía y sin contenido. Paradoja tras paradoja, España es lo que viene siendo una democracia con los conceptos viciados ante un espejo cóncavo. Una democracia invertida, del revés, deformada por el bótox de esta dialéctica falsaria. Una democracia polioperada en la que los párpados son labios y los labios, párpados