José Luis Zubizarreta-El Correo

  • La extrema debilidad del PSOE hace de él un «flete» del que resulta ya posible arrancar demandas que hasta hace poco se tenían por inalcanzables

Pasados cinco meses desde las elecciones del 21 de abril, comienza, por fin, a tomar cuerpo la legislatura con el inicio de la plena actividad parlamentaria. No es que el Gobierno y el lehendakari hayan estado ociosos. Han aprovechado la pausa para exponer sus planes a la ciudadanía, tanto en sus comparecencias en comisión como en otros actos institucionales. Destacable ha sido la presteza del lehendakari en abordar el que parece haber querido asumir como gran reto personal: la recuperación del prestigio de Osakidetza. Pero la celebración de los plenos en el Parlamento ha de considerarse el verdadero pistoletazo de salida. Coincidiendo con él y anticipando el tono de la melodía que vamos a escuchar desde el inmediato futuro, ha empezado ya a asomar la permanente tensión que, desde la aprobación del Estatuto en 1979, ha venido zarandeando la política de este país entre el pragmatismo de la gobernación y la pulsión ideológica de la identidad. Y, si alguien se hubiere hecho ilusiones de encontrarse en un nuevo tiempo, la tradicional coincidencia del inicio del curso político con la fiesta del Alderdi Eguna del PNV se encargará de devolverlo a la más cruda realidad.

De Estatuto o nuevo status irá la cosa. No es casualidad que el debate, si así puede llamarse, se suscitara ya esta misma semana en las Juntas Generales de Gipuzkoa, donde la rivalidad entre las dos ramas del nacionalismo es extrema y, en lo que toca a la jeltzale, sigue imponiendo su obsesión quien no ha dejado de hacerlo desde que asumió el mando. Nación, nuevo status y derecho a decidir son los temas que, como naipes, se han repartido en la mesa. Todo un anticipo. Hoy comprobaremos, en las campas de Foronda, si el tono se modera o se eleva. Pero sin, por supuesto, apagarse. Pues, si nunca se ha dejado pasar un Alderdi sin reivindicar las más íntimas aspiraciones del nacionalismo, las circunstancias que se dan cita este año invitan a llevarlas al extremo de lo que se juzga viable. Dos son, de aquellas, las más relevantes.

En primer lugar, la rivalidad entre las dos familias abertzales es hoy más descarnada que nunca. Aliviado del lastre del terrorismo y aceptado en sociedad como «uno más», gracias al blanqueo que le ha reportado su incorporación a la cotidianidad política en el Congreso, EH Bildu se ha convertido, apoyado, por supuesto, en su avance electoral, en un rival capaz de apear al PNV de su hasta ahora inexpugnable posición de liderazgo y de sustituirle en las combinaciones de alianzas de gobierno. El «quién da más» será, pues, desde ahora la expresión más certera y hasta hortera de esa rivalidad.

Pero siendo ésta importante, la segunda circunstancia es determinante. La extrema debilidad del PSOE, necesitado del apoyo de ambas fuerzas en sus iniciativas, se convierte en la oportunidad de ejercer sobre él una presión exitosa en todas las reivindicaciones con que se le acose. El PSOE es hoy, por usar una vulgar expresión en desuso, un auténtico «flete». Su disposición a ceder a cambio de mantenerse en el poder se ha revelado ilimitada. El «ahora o nunca» es, por tanto, el estímulo más potente para elevar la cota en la escala de demandas que ayer se creían inasequibles. Poco importa, como está viéndose, que nunca se haga realidad lo que se promete y se compromete. La promesa y el compromiso, cúmplanse o no, son ya en sí mismos símbolo del nuevo poder que ha adquirido el demandante, sobre todo si lo prometido y lo comprometido no pasan de ser, al final, sino etéreos e inasibles ‘flatus vocis’ o estériles logomaquias. ¡Quién distinguirá, en efecto, entre un Estatuto reformado y el nuevo status, qué tendrá la nación que a la nacionalidad aún le falta o qué añadirá el inconcreto derecho a decidir a lo que hoy ya se decide! Todo se consumará en un relato huero que servirá de engañoso envoltorio al vacío y a la nada.

De momento, ya se ha conseguido meter la zozobra en el cuerpo de quien en Euskadi resulta imprescindible para montar y desmontar gobiernos e inclinar, de un lado u otro, la balanza entre rivales. Hasta ahora, sólo han sido avisos y amenazas. Pero quién sabe si, a diferencia de lo que ha ocurrido en Cataluña con el PSC, no será en Euskadi el PSE-EE quien pare los pies a un PSOE débil y entregado, y le trace los límites que cree infranqueables. Porque, en esta lucha entre rivales, el socialismo vasco se juega, no una determinada cuota de poder, sino su misma supervivencia. ¡Sólo que, en este caso, la alternativa sería peor que lo malo!