Antonio Rivera-El Correo

  • Alguien, con tino, definió la política vasca como «movimiento sin desplazamiento»

Anda apretando Bildu desde que arrancó la legislatura con volver a los viejos tiempos del Frente Nacional. No se perdonaría contar con una mayoría nacionalista de récord en la Cámara vasca y no intentar sacar de ella una nueva condición política y jurídica del país de tono soberanista. Su clientela más ideológica no lo entendería. Después de que Otxandiano lo solicitase así, vino el mismísimo Otegi a insistir en el argumento y esta pasada semana han suscrito con el PNV en las Juntas Generales guipuzcoanas un acuerdo sobre la base del derecho a decidir.

Alguien, con tino, definió la política vasca como «movimiento sin desplazamiento». Una agitación constante y una gran densidad de acontecimientos convive con procesos congelados en el tiempo. El del Estatuto, estatus y statu vascos es uno de ellos. Los primeros en tener una carta de autogobierno y los únicos (con los catalanes) en no actualizarla debido a que, cuando abrimos el melón, no sabemos cómo cerrarlo con una mayoría social superior a la que respaldó el de Gernika en 1979. De entonces a hoy hemos visto todo tipo de relaciones Vitoria-Madrid para irle dando vida y todo tipo de experimentos soberanistas para cambiarlo por otra cosa distinta.

La percepción exclusiva, exclusivista y excluyente que de la nación política vasca tiene la izquierda abertzale forma parte de su ADN y no merece más comentario. La disposición a aceptar cocodrilo como mascota en Moncloa y en su obediente PSOE es también conocida y cualquier enjuague podría venderse allí como «un avance más hacia la España plural». Es el PSE y su vergüenza torera lo que todavía constituye valladar suficiente como para que no se comulgue aquí con ruedas de molino.

Pero el inmovilismo vasco sigue dependiendo del de siempre: del PNV. Es ese partido el que en su histórico penduleo ha llevado a la política vasca hacia el Frente Autonómico o hacia el Frente Nacional. El primero integró a los diferentes, en una tensión productiva responsable de lo que es hoy el país, a todos los efectos; el segundo seccionó por mitades la sociedad vasca y enfrentó como nunca a su ciudadanía, con serio riesgo para las vidas de muchos porque entonces operaba el entusiasta brazo armado de la patria.

En la fase más civilizada que cursamos sería conveniente tomar nota de lo que produjo el pasado, considerar la nueva correlación de fuerzas del presente y apreciar el extraordinario valor del acuerdo entre diferentes, representativo de la naturaleza plural de la sociedad vasca. No parece que el PNV bizkaitarra de hoy sea partidario de reproducir aventuras conocidas y de triste final. Tampoco se espera que se quede quieto. Algo hará para no repetir la inanidad en cuanto a estatus de autogobierno de la pasada legislatura. Y las tragaderas extraordinarias madrileñas proporcionan una estimulante oportunidad. La ocasión es propicia para avanzar hacia algo mejor y más consistente. Sin duda que algo pasará, pero evítennos el aburrimiento de la reiteración y la emoción de los peligros.