Ignacio Camacho-ABC

  • A los opositores venezolanos cada vez les cuesta más disimular que la espantada de su candidato los ha descolocado

Venezuela no mueve un voto en España. El Gobierno se puede permitir ante el golpe chavista una actitud entre ambigua y amigable porque sabe que no le causa desgaste, pero ello no debería ser óbice para que cumpliese sus compromisos morales sin atender los consejos interesados que Zapatero desliza al oído de Sánchez. ‘Sensu contrario’, la oposición tiene el deber de presionar en favor de Edmundo González, aunque ha de ser consciente de la escasa o nula repercusión electoral de esa batalla en términos nacionales. Se trata simplemente de hacer lo que hay que hacer, de defender la razón y la justicia frente a la coacción y el chantaje, de ponerse de parte del bando que representa las libertades. De asumir, como respecto a Ucrania, la responsabilidad del liderazgo público al margen de que el asunto importe mucho, poco o nada a los votantes y de que la política exterior carezca de capacidad de arrastre y no vaya a cambiar la opinión de nadie.

La equidistancia oficial española, en cambio, es de un pragmatismo descarnado, de un tacticismo ajeno al imperativo ético. Si la presión internacional surte efecto y Maduro acaba por irse, el Ejecutivo sacará pecho, exhibirá sus gestiones, verdaderas o falsas, y blasonará de haberse colocado en el lado correcto. Se apuntará el éxito presumiendo de haber sido lo bastante discreto para resolver el problema en silencio, sin necesidad de gestos para la galería ni aspavientos. Incluso puede que active la candidatura al Nobel con que ZP sueña desde hace mucho tiempo. Si el régimen aguanta, el sanchismo se presentará como su principal interlocutor europeo, mediador humanitario en la liberación y asilo de disidentes presos y lobista con vara alta para los negocios petroleros –y de muchas otras clases– con el país caribeño. Un prosaico, utilitario y ventajista ‘win-win’ con el que sacar provecho cualquiera que sea el desenlace en enero.

En la extracción de Edmundo queda delineado con precisión ese doble juego. Un favor simultáneo al ganador de las elecciones y al tirano. El verbo utilizado, ‘facilitar’, define muy bien los rasgos de esta maniobra y su calculado impacto sobre el conflicto venezolano. González, amenazado, se quería ir y Maduro, amenazante, quería alejarlo; las circunstancias perfectas para que el conseguidor habitual se prestase a echar una mano en un bien simulado papel de árbitro. El uno está a salvo, el otro tiene el panorama más despejado y Sánchez –ni quito ni pongo rey– ha complacido a ambos en una operación que descoloca al resto de los opositores, como demostraba Corina Machado en su entrevista con ABC este sábado. Cómo no entender al dirigente exilado. Cualquiera de nosotros habría hecho lo mismo… pero él se presentó a la Presidencia sabiendo contra quién estaba peleando. Y los que se han quedado dentro están entre estupefactos y desolados ante la espantada de su candidato.