Jon Juaristi-ABC
- Para la izquierda, hay que borrar todo rastro judío de la Historia y de la Memoria, empezando por la Shoah, para hacer sitio al mito antisemita del genocidio de los palestina
Corre el rumor de que la espantosa matanza de colonos por una banda de jóvenes apaches con que comienza el western ‘Horizon. An American Saga’ (2024), primero de una serie de largometrajes producidos, dirigidos y protagonizados por Kevin Costner, fue inspirada por la del 7 de octubre de 2023. Aunque así fuera, esta última nada tuvo de incursión punitiva de indios contra blancos invasores. Más bien se asemejó a una expedición cinegética contra gentes a las que, de entrada, se había desprovisto de cualquier asomo de pertenencia y hasta de semejanza con una humanidad de pleno derecho. En tal sentido, la matanza del 7-O tuvo mucho que ver con las razias de las tropas nazis en las ‘tierras de sangre’ donde se perpetró el llamado ‘Holocausto de la bala’ (Ucrania, Bielorrusia, Rusia occidental y países bálticos).
Con todo, hay una diferencia importante: los perpetradores de los asesinatos en masa de israelíes, el 7 de octubre del año pasado, no eran en su mayoría miembros de un ejército regular ni de una fuerza paramilitar como las SS. Ni siquiera eran miembros de las milicias de Hamás, organización terrorista que preparó y dirigió la cacería, sino de una muta movilizada para la ocasión por los ‘putos amos’ de Gaza, con la promesa de recompensas materiales (dinero, pisos, coches, motocicletas) para los que asesinaran más israelíes de cualquier edad, sexo o condición. En resumen: fue una parte de la honrada población gazana o gazatí –jóvenes varones, adolescentes muchos de ellos– la que respondió en alegre tumulto a la llamada de sus gobernantes. Los más de ellos vivían, como Hamás, de subsidios internacionales, pero también figuraba en la jauría bastante personal de la ONU. Y mercachifles de bienes robados, procedentes de sangrías a la ayuda humanitaria. Y hasta periodistas de Al Jazeera y de otros medios árabes, que se apuntaron a la partida para lograr imágenes vendibles a alto precio y violar de paso a alguna judía o a algún niño judío antes de degollarlos. Porque hay que decir que todos los asesinos tenían algo en común además de su juventud. Todos eran antisemitas.
O sea, antisemitas como los millones de habitantes de la Casa del Islam que se echaron jubilosamente a la calle, el día siguiente de la matanza, para celebrar el éxito de la misma. Y como toda la izquierda occidental, incluida la española, que se escuda en una supuesta diferencia entre antisionismo y antisemitismo. El periodista francés –y musulmán– Mohamed Sifaoui, autor de un reciente libro sobre los terroristas palestinos (‘Hamas, plongée au coeur du groupe terroriste’, Rocher, 2024) afirma que nunca ha conocido un solo antisionista que no fuera un antisemita a tiempo completo. Lo mismo, o casi lo mismo, se puede decir de la progresía occidental y, muy en particular, de la española. Las excepciones a la regla que he conocido en esta última podría contarlas con los dedos de las manos y me sobrarían. No incluyo entre ellas a los miembros del Gobierno sanchista ni de los partidos que en él participan o han participado.
En el PSOE que conocí desde dentro la excepción eran los hermanos Múgica Herzog, sus esposas e hijos y para de contar. Ninguno de ellos sigue en dicho partido. A Fernando Múgica Herzog lo asesinaron antisemitas de ETA que hoy estarán en Bildu como militantes o votantes, da igual. No solo ellos, sino todos los de Bildu afirmarían que no lo asesinaron por judío, sino por opresor socialista del pueblo vasco. Ni hablar: Fernando Múgica, es cierto, fue el primero de los dirigentes del PSOE asesinados por su condición de socialistas conspicuos (al senador Enrique Casas no lo asesinó ETA, sino los Comandos Autónomos Anticapitalistas, doce años antes que a Fernando). Pero en la elección de Múgica Herzog como primera víctima de la serie de socialistas destacados fue determinante su condición de judío. Así lo aseguraba, sin rebozo, toda la gentuza abertzale de la época. En fin, hoy exetarras y socialistas andan del bracete en un mismo frente popular, pero en semejante contubernio no tiene entrada ya judío alguno que defienda a Israel como han hecho siempre los Múgica, aunque los judíos antisemitas, que también los hay, serían sin duda bienvenidos.
El Gobierno sanchista, en cuanto se conoció la matanza del 7 de octubre, responsabilizó de la misma al ‘Estado fascista’ de Israel. Así se apresuró a hacerlo su vicepresidenta segunda, que posteriormente declamó, en público y con verdadero entusiasmo, la consigna de Hamás con la que se inició la mencionada matanza: «¡Del río al mar!», mantra que fue repetido por otros dirigentes y hasta ministros de su partido. Dicha consigna es una incitación poética al exterminio total de la población judía de Israel, un eslogan acuñado hace cuarenta años por los ayatolás iraníes (Jamenei se la arrojó a la cara a José María Aznar cuando este, durante una visita de Estado a Irán, en el año 2000, sugirió que, ante las esperanzas que traía consigo el nuevo siglo, la República Islámica y el Estado de Israel deberían acercar posiciones). A pesar de ello, la vicepresidenta segunda afirmó no ser «antisemitista» (o «antisemitistista»). Tampoco admiten serlo otras ministras y exministras del PSOE, como Robles y Rivera, que han acusado a Israel de genocidio no ya en potencia –grado cero del antisemitismo que mantiene oficialmente todo su partido, empezando por Sánchez–, sino en acto.
Por supuesto, los sanchistas son antisemitas, como la izquierda en general, y por eso se sumaron desde el primer momento a la oleada mundial de antisemitismo que se levantó el día siguiente de la masacre del 7 de octubre, mucho antes de que el Ejército israelí entrara en Gaza. Las orgías de odio de las muchedumbres islámicas enlazaron, sin solución de continuidad, con la movilización antisemita de la izquierda en todos los países de Occidente. Antisemita digo, no sólo antisionista. No existe un antisionismo no antisemita. Valga como ejemplo –menos ridículo e inofensivo de lo que parece– la estúpida decisión del Ayuntamiento de Vitoria, gobernado por los socialistas, de retirar los símbolos judíos de la decoración del Mercado Medieval. Y es que, para la izquierda, no basta con reconocer un inexistente Estado palestino ni con negar a Israel su derecho a defenderse de quienes pretenden aniquilarlo. Hay que borrar además todo rastro judío de la Historia y de la Memoria, empezando por la historia y la memoria de la Shoah, para hacer sitio al mito antisemita del genocidio de los palestinos a manos de los «nazis judíos». Frente a esta inmunda mentira, la humanidad necesita recordar la Shoah y el intento de reiniciarla que supuso la matanza de judíos, el 7 de octubre de 2023, sobre la tierra de Israel.