Kepa Aulestia-El Correo

La longevidad de un partido como el PNV, nacido en 1895, no asegura su eternidad. Puede ser que anuncie todo lo contrario. Este es el motivo de preocupación que subyace en la llamada a la renovación de los jeltzales que su presidente, Andoni Ortuzar, acotó en el Alderdi Eguna del pasado domingo con palabras de José Antonio Agirre. Autocrítica sí, pero no para romper. De ese modo la renovación quedaría circunscrita a un relevo generacional. En la doble presunción de que así quienes más años llevan en cargos internos o institucionales darían también paso a la savia más enriquecedora de aquellos que acaban de empezar; y que los jeltzales de menos edad serían más jóvenes -en el sentido de más actuales y con más futuro- que los de más edad. Supuestos ambos que se aproximan probablemente a un acto de fe.

Hablar de renovación en esos términos representa un emplazamiento a quienes pudieran sentirse señalados para desistir. A los que se advierte de que siempre será más elegante que se aparten anunciando su retirada, porque ya va siendo hora. Pero el sesgo edadista del llamamiento persuade también a aquellos que nunca mostraron ni una vocación políticamente activa ni se dispusieron a ser llamados para ello de que no lo intenten siquiera a partir, digamos, de los cuarenta años. Por valiosa que pudiera resultar su incorporación a filas. De esa manera, la sensación interiorizada en el PNV de que su oferta no es tan atractiva en personas, y necesita rejuvenecer, tiende a dejar de lado tanto reflexiones menos edadistas sobre lo que el país le pide al partido como otras perspectivas de renovación. En el mal entendido de que ambas correrían el riesgo de vulnerar el mandato de que la autocrítica no derive en ruptura. A base de creerse que un universitario veinteañero que vibra agitando la ikurriña es el depositario de las esperanzas, los jeltzales podrían no darse cuenta de que así confirman algo demoledor. Que lo que ha quedado viejo sin remedio es el partido.

Es precisamente en ese punto donde EH Bildu cobra mayor ventaja. La sociedad pide a los jeltzales mucho. Que hagan honor a la leyenda de que el país siempre estará bien en sus manos. Mientras que los eventuales votantes de la izquierda abertzale no piden a sus dirigentes casi nada. Y mucho menos que se hagan cargo del país. Se trata de una liza tan desigual que el PNV tiene todas las de perder. Sobre todo si no orienta la renovación anunciada hacia estímulos e incentivos relacionados con la participación política. Puede que un partido percibido por propios y extraños como una enorme oficina de empleo no dé más de sí ante contendientes que juegan con las ventajas de la ingravidez. No si la lista de afiliados, y con ellos la de los votantes, no se transforma más que por relevo biológico dentro de la misma familia. No si la única manera de hacer algo en el PNV es esperar a que te designen para cumplir con una tarea encomendada de tal manera que nunca sepas si la estás cumpliendo. No si la llamada a la renovación parte de la advertencia de que su guion está ya escrito.