- Cualquiera que compare una muerte en la guerra con lo sucedido tal día como hoy es un ser humano incompleto. Vive en un error plural que une a lo desalmado un desconocimiento del mundo típico de la infancia
Hoy hace un año. El primer pogromo en imágenes reales. Conocíamos textos, que hieren el alma con mayor o menor profundidad, pero no te dejan insomne. De ser más joven me habrían traumatizado los vídeos que la desatada canalla homicida grabó para dejar constancia de sus violaciones grupales y decapitaciones, de sus degüellos y piras humanas, de sus disparos a bocajarro y de su encarnizamiento con bebés, de su abrir los vientres a las embarazadas para arrancarles los fetos. Cualquiera que compare una muerte en la guerra con lo sucedido tal día como hoy es un ser humano incompleto. Vive en un error plural que une a lo desalmado un desconocimiento del mundo típico de la infancia, etapa que hoy se extiende hasta la jubilación.
De la pervivencia del antisemitismo más crudo supieron por fin las bellas almas. Las que desearon saber, a precio de abandonar su asepsia enfermiza y paralizante. Las que siempre acogieron como una excentricidad, con el mayor escepticismo, denuncias cada vez más apremiantes. Niños de verdad y niños viejos postulan la igualdad de todas las violencias. No recuerdan que «condeno todas las violencias» era el sello del terrorismo en modo político, de sus aliados y de las gentes del cine que recorrían la alfombra roja de San Sebastián tapando con toses los ecos de los tiros en la nuca.
Gentes del cine: Miguel Ángel Blanco tenía las mejillas quemadas por las lágrimas. Cuántas debieron ser. Experimentó en el maletero de un coche el mismo sufrimiento indescriptible de Jesús en el huerto de los Olivos. Habría salvado la vida si el Gobierno hubiera cedido ante la ETA acercando a los presos. Aznar no lo admitió y la familia Blanco lo entendió. El sanchismo no solo los ha acercado: pasó al País Vasco la competencia de prisiones y tiene a un socialista concediendo terceros grados para que al final de esta legislatura –como adivina Mikel Buesa– no quede un etarra encerrado. De esta historia ignominiosa solo una imagen permanecerá cuando la mentira y la censura y el absurdo y la maldad se lo lleven todo: las mejillas quemadas por las lágrimas.
Hay un pueblo que no quiere ser víctima. Es el único pueblo vivo de la Antigüedad, el pueblo elegido por Aquel a quien no pueden nombrar. Miles de millones de individuos buscan afanosamente a qué colectivos adscribirse para ser tenidos por víctimas. Mientras, los que tendrían mayor título que nadie no quieren serlo más. No ofrecerán su cuello se pongan como se pongan la ONU, la UE, Amnistía Internacional, los corresponsales en Oriente Medio, el Gobierno de España y la masa antisemita de Occidente. Ninguno tuvo un segundo para dolerse de verdad por la carnicería y reflexionar; prefirieron invertir la culpa y sumarse a toda prisa a la nueva oportunidad histórica de borrar a los judíos de la faz de la Tierra. Al ver que esta ven tampoco será (ni nunca), piden un alto el fuego, un embargo de armas, la paz. Es decir, piden que Israel acepte su destino: desaparecer. Porque esa paz solo significa tiempo (poco ya) para que Irán disponga de armas nucleares y proceda.
¿Es el viejo mecanismo del chivo expiatorio, pero entre naciones? Ya hubo un sacrificio que fue el último, un cordero que nos redimió. Hombre judío sufriente y Dios omnipotente. Entre los primeros cristianos y los judíos no existía una línea divisoria. Los apóstoles que quedaron en Jerusalén siguieron cumpliendo con la ley mosaica. Y la universalidad de la fe será paulina, pero ya venía en los Salmos. La pulsión genocida contra los judíos sería así una pulsión de autodestrucción: talar lo mejor de nosotros, despojarnos de sentido.