Editorial-EL Español

A lo largo de su tercer mandato como presidente del Gobierno, y durante los meses de negociación que lo precedieron, Pedro Sánchez ha enfrentado innumerables embrollos políticos de apariencia irresoluble, motivados por su empecinada voluntad de retener el poder. De todos ellos parecía haber logrado, de un modo u otro, salir airoso.

El problema es que este estilo político temerario ha implicado sucesivas huidas hacia delante, que podrían estar a punto de toparse con el precipicio. Y es que, aunque Sánchez se ha zafado de otras crisis, nunca había recibido tantas noticias demoledoras en un sólo día como en este lunes negro.

La más lesiva para su relato ha sido el durísimo auto de la Audiencia Provincial de Madrid, que ha dado vía libre al instructor para continuar con la investigación a Begoña Gómez por presunto tráfico de influencia. Sólo ha excluido de ella los hechos referidos al rescate de Air Europa.

El respaldo de la Audiencia a Peinado desbarata el argumentario del Gobierno, que ha venido insistiendo en que el juez lleva «seis meses pedaleando en la nada».

Lo cierto es que Begoña está hoy en una situación mucho más comprometida que ayer, toda vez que los magistrados instan al juez a investigar el «despegue de la actividad profesional» de Gómez; la «existencia no sólo de un interés profesional en el ámbito docente, sino también personal en el ámbito empresarial»; y el «llamativo» crecimiento de los contratos a Carlos Barrabés ante la «proximidad temporal» con la creación de la cátedra de Transformación Social Competitiva de Gómez en la Universidad Complutense (UCM).

Y el caso Begoña se ramifica a su vez en otros dos frentes: el abierto con la UCM, después de que Gómez haya cargado contra la Universidad por su decisión de cancelar el último máster que codirigía en ella; y el que se abre el próximo martes, cuando la esposa de Sánchez tendrá que acudir a la Asamblea de Madrid a comparecer en una comisión de investigación que estudiará si hubo «nepotismo» en su relación con la Universidad.

El segundo frente que atenaza a Sánchez es el de la contestación interna en su partido, exteriorizada por Luis Tudanca este lunes, al acusar a Santos Cerdán de «suspender la voz de la militancia» por cancelar las primarias anticipadas del PSOE de Castilla y León que había convocado. Una protesta que promete reverberar en más federaciones, si otros barones socialistas siguen el camino de Tudanca y desafían a Ferraz.

El tercer frente es el de la corrupción que salpica a un antiguo miembro de su Administración: el de la presunta trama corrupta dedicada al cobro ilegal de comisiones en contratos concedidos por el Ministerio de Transportes cuando lo dirigía José Luis Ábalos. Como ha publicado EL ESPAÑOL, la Audiencia Nacional investiga por fraude a la empresa de Víctor de Aldama, el presunto comisionista del caso Koldo, que alquiló un chalé a Ábalos en 2021.

El último de los rompecabezas que acorralan al presidente es el del bloqueo parlamentario.

La impotencia legislativa del Gobierno ha quedado definitivamente reconocida por el ministro de Economía, que ha confirmado este lunes que el Ejecutivo renuncia a enviar a Bruselas su plan presupuestario de 2025 en la fecha que exigen las reglas fiscales europeas, el 15 de octubre. Una consecuencia de la dilación de las negociaciones con sus socios parlamentarios, que le obligó a retirar la tramitación de la senda de estabilidad, incumpliendo así el artículo 134.3 de la Constitución que obliga al Ejecutivo a presentar en el Congreso los PGE «al menos tres meses antes de la expiración de los del año anterior». Plazo que expiró el 1 de octubre.

Sánchez no sólo está perdiendo las batallas, sino también los nervios.  El presidente ha llegado a creerse su propia narrativa de un asedio por parte de una alianza político-mediática ultraderechista. Y al representarse como el paladín salvador de la mayoría progresista del país frente a la «máquina del fango», él y su entorno familiar y político han cargado a discreción contra todo el que le contrariase.

Pero ahora aflora al mismo tiempo todo el rosario de dislates protagonizados por Sánchez en los últimos meses, desde la misma compra de la legislatura a cambio de la amnistía.

Queda demostrado que fue una precipitación pedir el archivo de la causa de Begoña en un estado tan incipiente de la investigación, otorgándole a la Audiencia una oportunidad de dar un espaldarazo a Peinado. Al igual que fue irreflexiva su pantomima de los cinco días de reflexión y la expectativa que creó en ella de que la investigación a su mujer se cerraría pronto.

Queda demostrado el error de Begoña al enzarzarse con la UCM, la universidad que la amparó, y tachar de «sorpresiva» y «unilateral» la cancelación de su máster.

Queda demostrada la insensatez de su cruzada contra los medios de comunicación y los jueces. Y más cuando sus propios correligionarios han llegado a acusarle de servirse de los mismos métodos que la «fachosfera» de la que se declara víctima. O cuando medios que caen fuera de su «constelación de pseudomedios», como The Economist, exponen sus ambiciones cesaristas.

Y, por si fuera poco, el Gobierno se encuentra ante la tesitura de o dar marcha atrás en la modificación legal que sacaría de la cárcel a decenas de etarras, o quedar en evidencia por haber sido descubierto en una maniobra tramposa para incluir una reforma encubierta que beneficiaría, entre otros, a Txapote.

Sánchez se ha dedicado a sortear los escollos en su camino a base de acelerones erráticos. Y todos estos derrapes amenazan ahora con sacarle de la pista.