Pedro García Cuartango-ABC

  • No hay ninguna esperanza de que esto se acabe y sí un gran riesgo de que la guerra se extienda a todo Oriente Medio

Decía Liddell Hart, historiador militar, que la guerra es siempre una cuestión de hacer el mal con la esperanza de que pueda salir bien. Salió bien en la II Guerra Mundial cuando el coraje de Churchill, la resistencia del Ejército Rojo y la implicación de Roosevelt derrotaron a Hitler. Pero hay numerosas guerras, la mayoría, que acabaron en un total desastre.

El conflicto entre judíos y palestinos se prolonga desde 1948 cuando ambos pueblos libraron enfrentamientos que provocaron cerca de 15.000 muertos y cientos de miles de refugiados. Naciones Unidas había acordado el establecimiento de dos Estados en la zona, un mandato que nunca se pudo llevar a cabo. Los árabes llamaron a esta guerra la Nakba, la tragedia que provocó el éxodo masivo de palestinos.

Han transcurrido 76 años y nada ha cambiado. La guerra de los Seis Días, la del Yom Kipur, la Intifada, Hamas, Hizbolá, el muro de Cisjordania y, de nuevo, El Líbano son algunos de los nombres de este drama que nadie sabe cuándo y cómo puede acabar.

En 1993, Arafat y Rabin se pusieron de acuerdo en Oslo para una solución al conflicto sobre la base paz por territorios. Pero fue un espejismo. El odio entre las dos partes ha sido superior a la voluntad de concordia. Ni el Estado de Israel acepta la soberanía palestina sobre los territorios ocupados ni Hamas ni Hizbolá quieren convivir con los judíos.

Llama mucho la atención la polarización de la sociedad española, similar a la de otros países, que se traduce en la toma de posición sobre la guerra en Gaza y en Líbano. Unos dicen que Israel es una democracia que encarna los valores occidentales frente al fanatismo y otros que los palestinos actúan en legitima defensa tras haber sido pisoteados. Cuando escucho a mis amigos discutir, me da la impresión de que están hablando de un partido de fútbol.

Observo que la derecha simpatiza con la causa judía y la izquierda se decanta por los palestinos. Ambas reducen el conflicto a claves ideológicas, sin considerar su complejidad y su enrevesada historia. Lo cierto es que tan injusto me parece obviar la masacre israelí de Gaza como la brutal actuación de Hamas hace un año. No hay buenos ni malos, hay muerte y destrucción, dolor y odio transmitido de generación en generación.

Cuando se cumple el aniversario de los asesinatos de Hamas, sólo se me ocurre dejar constancia de mi perplejidad por la devastación y la impotencia de la comunidad internacional para parar esta locura. Es obvio que, aunque Israel consiga todos sus objetivos militares, los niños palestinos empuñarán las armas cuando sean mayores. Netanyahu está sembrando la semilla de la venganza y Hamas ha provocado una catástrofe sin precedentes. No hay ninguna esperanza de que esto se acabe y sí un gran riesgo de que la guerra se extienda a todo Oriente Medio.