Agustín Leal-El Correo

Secretario de Comunicación de la Asociación Profesional de la Guardia Civil (Jucil)

  • La violencia se justifica de mil maneras, pero la realidad es que las #políticas actuales nos han dejado más vulnerables que nunca

El 12 de octubre, día de la patrona de la Guardia Civil, debería ser una jornada de celebración y orgullo para todos los que vestimos este uniforme. Debería ser una jornada para agradecer el esfuerzo diario de quienes, sin importar las circunstancias, se levantan a diario con el ánimo de proteger a la ciudadanía. Sin embargo, este año, más que una fiesta, lo siento como un recordatorio doloroso de las promesas incumplidas, de las agresiones impunes y de las concesiones que nos han dejado más desprotegidos que nunca. Permítanme que utilice este espacio para hacer un balance de los últimos doce meses. No con ánimo de recriminar, sino con el respeto que nuestra institución merece, y también con un toque de sarcasmo, porque a veces es la única forma de procesar tanta indiferencia. Espero que, aunque sea a través de estas palabras, quienes están al frente de la Administración tomen conciencia de lo que se ha ignorado durante este tiempo.

Empecemos por lo más doloroso: los asesinatos de dos compañeros en febrero de este año. Barbate fue el escenario de una tragedia donde una narcolancha embistió a dos guardias civiles, causándoles la muerte en acto de servicio. Dos vidas truncadas y otras tres personas que siguen recuperándose de sus heridas físicas y mentales. ¿Y qué hemos recibido de nuestros gobernantes? Apenas una mención. Parece que el reconocimiento hacia estos héroes no es una prioridad en la agenda de aquellos que administran nuestra seguridad.

No podemos olvidar tampoco la alarmante escalada de violencia contra los guardias civiles. En 2023 y 2024 hemos sido testigos de cómo las agresiones físicas y verbales hacia nosotros han aumentado de manera preocupante. Las estadísticas recientes muestran que se han registrado cientos de incidentes y lo más indignante es que la mayoría de ellos han quedado sin consecuencias. La violencia se justifica de mil maneras, pero la realidad es que las políticas actuales nos han dejado más vulnerables que nunca. Y, por si fuera poco, con la última reforma de la Ley de Seguridad Ciudadana, que algunos llaman con ironía ‘ley mordaza’ y nosotros preferimos denominar ‘ley de odio a la Policía y Guardia Civil’, las faltas de respeto hacia nosotros serán prácticamente una anécdota sin importancia. ¿Qué sigue? ¿Nos pedirán disculpas por ser agredidos?

Han pasado seis años y seguimos esperando la tan anunciada equiparación salarial con las policías autonómicas. Aquella promesa que se nos hizo sigue siendo, hasta hoy, una deuda pendiente. Me pregunto si realmente se trataba de humo o si simplemente no representamos una prioridad para los administradores de turno. Puede que no hagamos tanto ruido en las urnas, pero seguimos trabajando, día tras día, por mucho menos de lo que perciben otros cuerpos con responsabilidades similares o incluso menores.

Seguimos todavía sin ser reconocidos como una profesión de riesgo

Y en cuanto a nuestras condiciones de trabajo, seguimos sin ser reconocidos como una profesión de riesgo. Parece que, para los que toman las decisiones, la vida de un guardia civil tiene menos valor que la de otros profesionales. Mientras que otros cuerpos disfrutan de este reconocimiento, nosotros seguimos prestando servicio en las zonas más peligrosas, sin ninguna protección adicional. ¿Será que nuestra seguridad es un detalle menor para aquellos que nos administran?

Lo más reciente y preocupante es la reforma de la Ley de Seguridad Ciudadana. No solo las sanciones por faltas de respeto son casi inexistentes, sino que también nos están desarmando en el sentido más literal. Las pelotas de goma, nuestra última defensa en situaciones de disturbios, están ahora prohibidas, y serán sustituidas por algo «menos lesivo». Me pregunto si quienes protestan también optarán por ser menos lesivos con nosotros.

Todo esto se ha hecho para obtener apoyos sacrificando nuestra seguridad. Qué ironía, que aquellos que en el pasado jaleaban el terrorismo hoy sean quienes reescriben las reglas bajo las cuales debemos trabajar. Mientras tanto, somos los guardias civiles los que pagamos el precio de estas concesiones.

Para culminar esta serie de despropósitos, ahí están las excarcelaciones. Criminales condenados por terrorismo, que nunca mostraron arrepentimiento, salen de prisión mucho antes de cumplir sus condenas. Y todo porque la política lo permite. Parece que la justicia en su forma más pura ha quedado relegada a un segundo plano. Lo importante es mantener otras alianzas, aunque eso signifique olvidar y enterrar la memoria de quienes murieron por mantener la paz.

Pese a todo, y a pesar de la indiferencia de quienes deberían velar por nuestra seguridad y bienestar, quiero dejar algo claro: sigo queriendo ser guardia civil. Sigo creyendo en esta institución, en su historia, en sus valores. Y, sobre todo, en mis compañeros. Y aunque nuestros administradores ignoren una y otra vez nuestras demandas, sepan que siempre defenderemos este país. A veces, incluso a pesar de quienes deberían protegernos a nosotros.