Vicente de la Quintana Díez-ABC

  • «En castellano, endeudamiento y entrampamiento son sinónimos. El crecimiento exponencial del entrampamiento público español en el último sexenio bate récord. Supera los 1,6 billones de euros y en julio alcanzaba los 1,615925 billones; de esa cifra, 458.000 millones de euros representan el aumento neto durante el mandato sanchista»

El pasado mes de mayo Pedro Sánchez anunció al mundo que la economía española ya no viajaba en moto, sino impelida por un cohete. Desde entonces, los números resisten cada vez peor el maquillaje gubernamental. El consumo ‘per cápita’ español fue inferior en doce puntos al de la media de la UE en 2023 y 16 puntos menor que el promedio de la zona euro. España sigue revirtiendo su proceso histórico de convergencia con Europa: el PIB ‘per cápita’ representó en 2023 el 88 por ciento de la media de la Unión, y se mantuvo 16 puntos por debajo del promedio de la zona euro (104 puntos). Son datos oficiales, y de momento no consta complicidad alguna de Eurostat con la «máquina del fango». Tampoco ha sido señalada como parte de la ‘fachosfera’ la escuela de negocios suiza IMD que elabora anualmente un índice de competitividad; en él España cae este año cuatro puestos –desde el 36 al 40, sobre 67 países–, ocupando la segunda peor posición de la historia.

Admitamos, sin embargo, que, manejadas por economistas y financieros, las cifras suelen ofrecer una aridez berroqueña. Pocos lectores resisten el aburrimiento de la estadística en manos de los hacendistas. Su propio inventor, Süssmilch, prolijo alemán –que trajo con ella a la ciencia la precisión, la exactitud y «las nociones que habían de abolir toda una serie de ideas confusas y de generalizaciones prematuras», según Schmoller– no logró dar a la cifra estadística un poco de amenidad y de gracia, haciéndola decir algo más que lo expresado por su propia representación cuantitativa. Sólo en manos de Pitágoras y sus discípulos adquiere el número belleza, profundidad filosófica, interés espiritual, carácter ético y sentido estético. Aristóteles y los peripatéticos nos han legado la explicación del pitagorismo. Consistía en reducir las diferentes virtudes a guarismos. La justicia, por ejemplo, era un número cuadrado, debido, según los pitagóricos, a que era considerado como el hecho de dar y recibir con equidad, simbolizado por la multiplicación de un número por sí mismo. Para el filósofo de Crotona, todo cuanto existe es susceptible de reducción a número.

Conocidos son los juegos filosóficos que el maestro y sus discípulos hacían con los pares y los nones: el par era la imperfección; el non, lo perfecto; aquél, el mal; éste, el bien. Los pitagóricos, a la vez que grandes matemáticos, eran efusivos líricos, músicos notables. Pero la misma armonía la subordinaban al número: a la octava, su expresión suprema. A su juicio, la música –la buena música– surge de la unificación de lo múltiple, y así la melodía viene a ser el resultado de una operación numérica. ¡Cuántos contables han consumido su vida ignorando que, al pasar los asientos del diario al mayor, libro unificador, estaban componiendo una ópera! A la vista de su fraseo presupuestario, uno se dice: qué gran contralto ha perdido el mundo en María Jesús Montero.

Con estas ideas, y afiliados al partido aristocrático, los pitagóricos lograron gran fortuna, «forrándose» sin salir de Crotona. Difícil es saber los procedimientos que emplearon para alzarse con toda la pasta de los crotoniatas. El hecho histórico es que los plebeyos de Crotona, al verse saqueados por las soflamas pitagóricas, armaron un gran follón revolucionario. Los discípulos de Pitágoras se dispersaron; no pocos perdieron la vida a manos de los despojados; el maestro, perseguido, no paró hasta Tarento; algunos se pasaron a la revolución, y el resto, en fin, se largó a Sicilia con la música y las matemáticas. No es que los pitagóricos fueran unos tipos sin entrañas, turbios y mangantes. Después del percance de Crotona vivieron como santos. Polibio, entre otros historiadores antiguos, les atribuye grandes virtudes: eran vegetarianos y absolutamente castos; vestían albos e impolutos hábitos, a la manera dominica, y vivían en régimen comunista, abolidos los conceptos de tuyo y mío, origen de la humana pelea que fragua el progreso. La paliza que sufrieron en Crotona les dio aquella santa virtud ascética.

Si los pitagóricos hubiesen conocido el papel moneda, inventado por John Law, el genial escocés al servicio de Francia, en el reinado de Luis XV, su amplio concepto del número habría acabado de remacharse. Y si aún quedan hoy discípulos del maestro de Crotona, verán, ante las emisiones en circulación y el monto de la deuda pública, que el mundo, positivamente, no es otra cosa que una ringlera infinita de números. La historia se repite, sobre todo la historia económica. El procedimiento de Law, aquel gran pitagórico que todo lo reducía a números, ha sido muy imitado. Law, al crear el papel moneda, cuando, según Vauban, «ya no les quedaba a los franceses más que ojos para llorar» como consecuencia de la ruina general del país a la terminación del reinado de Luis XIV, dio a Francia por algún tiempo la impresión de una gran riqueza, que sólo era pitagórica, numérica. Law, que atribuía a su invención del papel moneda más importancia que al descubrimiento de las Indias, según su optimista carta al duque de Orleáns, confundía el signo con los valores reales, suponiendo que lanzando papel creaba capital positivo. La garantía no era el encaje metálico, sino el producto de unas fantásticas explotaciones que se emprenderían en la Luisiana y el Canadá. «La abundancia de moneda –decía Law, mucho antes que Eduardo Garzón– es el mayor beneficio para una nación». El ingenioso escocés llamaba moneda a la litografía. Conocido es el fin del sistema: muchedumbre de tenedores persiguieron al inventor, que se quedó con cinco millones de libras en billetes, de valor inferior al papel de estraza, y ochocientos luises en oro, con los cuales pudo vivir algún tiempo, huido en Venecia, hasta que murió, oscuro y olvidado, pensando, sin duda, como los pitagóricos, que todo en la vida era una pura cuestión numérica.

La garantía de un régimen fiduciario, desaparecido el patrón-oro, se remite a los valores morales, las aptitudes y la capacidad organizadora de su medio político y gobernante. Caemos de nuevo en el pitagorismo. Porque si todas las virtudes, según la escuela de Pitágoras, son reductibles a número, la expresión correspondiente a las aptitudes de muchos gobiernos es el cero. La inversión exterior, por otro lado, también depende de muchas circunstancias, económicas, morales y políticas. Una de ellas es la opinión exterior sobre el porvenir de una nación. Y es de temer que la opinión que sobre nuestro futuro exista por ahí tenga cada vez más en cuenta la del semanario ‘The Economist’ sobre Pedro Sánchez.

En castellano, endeudamiento y entrampamiento son sinónimos. El crecimiento exponencial del entrampamiento público español en el último sexenio bate récords. Supera los 1,6 billones de euros y en julio alcanzaba los 1,615925 billones; de esa cifra, 458.000 millones de euros representan el aumento neto durante el mandato sanchista. El profesor José María Rotellar calcula un incremento de alrededor de 200 millones de euros al día –1.500 millones a la semana, 6.000 millones al mes, casi 9 millones cada hora– desde 2018. Es decir, Sánchez incrementa la deuda en 141.351 euros por minuto.

Tornemos, para terminar, a nuestros pitagóricos. Como hemos visto, simbolizaban en números las diferentes virtudes humanas. La justicia, recordábamos, era para ellos un número cuadrado. ¿Con qué guarismo hubieran representado los filósofos de Crotona las virtudes de los actuales gobernantes con que cuenta España? Cabe suponer que, para su exacta representación, los pitagóricos no apelarían al número cuadrado, sino al redondo, en total armonía (pitagórica) con nuestra inflada coyuntura económica, justamente representable en figura de… globo.