Alberto García Reyes-ABC

  • García Ortiz es un simple subalterno en la faena personal de Sánchez, maestro del bulo y del ‘lawfare’

El que avisa no es traidor. Eso hay que reconocerlo. Sánchez avisó en la famosa entrevista de Radio Nacional: «¿La Fiscalía de quién depende, de quién depende?». El entrevistador, apabullado, le respondió tímidamente: «Del Gobierno». Y el presidente cerró el caso para siempre: «Pues ya está». Desde entonces hemos visto cosas que harían hablar a las piedras. La ministra de Justicia pasó del Gobierno a la Fiscalía General en un chasquido. Su sucesor en el Ministerio cruzó después la puerta giratoria del Tribunal Constitucional. Y el siguiente en la lista de fiscales pasó al primer puesto para emprender un largo listado de encomiendas: intentar reponer a Delgado como fiscal de Sala de Memoria Democrática (prohibido por el Supremo), volver a intentar ascenderla después como fiscal de Sala de la Fiscalía Togada (prohibido de nuevo), incumplir la sentencia y mantener el ascenso (otro palo del TS), pedir el archivo de la denuncia presentada como Begoña Gómez el mismo día de la denuncia (rechazado por la Audiencia) y filtrar datos personales del novio de Isabel Díaz Ayuso. Tanto ha ido el cántaro a la fuente que el Supremo ha terminado abriendo causa contra Álvaro García Ortiz por este escándalo. La pleitesía rendida al ‘número 1’ (según Koldo), al ‘puto amo’ (según Puente), retuerce todas las garantías del sistema y explica los cinco días de retirada de Sánchez a sus aposentos cuando saltó el lío del máster y de las cartas de recomendación de su señora. Lo que realmente meditó el presidente en aquel sonrojante vodevil no era si merecía la pena luchar contra los bulos y el ‘lawfare’, sino si era mejor defenderse con las herramientas del Estado o con sus recursos propios. Porque no es lo mismo tener que acordar una iguala con un abogado de la calle que poner a trabajar en la causa a la Fiscalía, a la Abogacía del Estado y al Consejo de Ministros. Como no es igual ir a un concierto en tu coche que en el Falcon. Lo que hizo Sánchez durante su retiro espiritual fue saltar a la piscina de la autarquía en busca de agua.

Es digna de estudio la capacidad de abducción del presidente sobre personas que tenían una carrera profesional seria antes de toparse con él. Grande-Marlaska es el caso más misterioso. Pero aún es más epatante su habilidad manipuladora. Porque hay que ser exquisitamente malvado para anunciar un plan contra los bulos y el ‘lawfare’ mientras se practica el infundio desde la portavocía del Gobierno (Pilar Alegría no da abasto) y se usa la Fiscalía General del Estado para atacar a un rival político. La deriva es pavorosa. La portavoz de Bildu ha dicho esta semana que el PP, masacrado por ETA, es una organización criminal. Y ahora el Supremo confirma que el máximo responsable de velar por el interés general de los españoles ante la ley podría habérsela saltado. Dice una vieja copla: «Desgraciaíto el que come/ el pan de manita ajena,/ siempre mirando a la cara/ si la pone mala o buena». García Ortiz pasará a la historia como un desgraciado banderillero de Sánchez en esta cornada de pronóstico reservado a la confianza en el sistema.