Ignacio Camacho-ABC

  • A ver qué hacen aquellos escandalizados tribunos de hace seis años cuando empiecen a llover imputaciones en los juzgados

Qué boquita más chica se les ha quedado a los socios del Gobierno. A los que hablan, porque la mayoría sigue en silencio, a dos minutos de decir que eso de la corrupción es un asunto interno. Sólo Podemos ha torcido un poco el gesto, la mínima expresión de incomodidad que requiere el papel de aliado descontento. El resto mira, calla y espera a que se abra de nuevo el mercado negro y empiece la subasta de apoyos a los Presupuestos. Menos Bildu, que ya ha cobrado su cuota de presos, y Sumar, ese partido licuado antes de fundarse, cuyos ministros se han atado a la suerte de Sánchez y a la posibilidad de que acepte incluirlos más adelante en la candidatura de unidad que está gestándose. Con los indicios de Ábalos ni siquiera se atreven a usar el comodín del ‘lawfare’.

La tormenta de barro que cae sobre el sanchismo demuestra que la moción de censura a Rajoy fue una vulgar comedia. La mayoría Frankenstein que había frenado el partido la tenía desde el principio en la cabeza –aquel ‘resultado histórico’ de 85 diputados– sin que el estallido del ‘procés’ lo disuadiera. Y los votos estaban asegurados mucho antes del pretexto de aquella sentencia torticera, incluidos los de un PNV siempre abierto a cualquier clase de componenda. Ni corrupción ni gaitas; se trataba de desalojar a la derecha según el plan que el verano anterior, en vísperas del golpe sedicioso, había negociado Pablo Iglesias con Junqueras.

Ahora este vía crucis judicial promete una revancha poética. Nada raro: la experiencia certifica que la corrupción es siempre un asunto de ida y vuelta. La novedad reside, por un lado, en la rapidez con que los presuntos regeneradores han degenerado –la moción la defendió el propio Ábalos–, y por otro en la impasibilidad cómplice de todo aquel racimo de shakespearianos ‘hombres honrados’ que hace seis años se rasgaban sus túnicas de tribunos ante tanto escándalo. A ver qué hacen cuando empiecen a llover imputaciones desde los juzgados. La del fiscal general sólo es la primera gota del chaparrón que amenaza con descargar sobre el entorno inmediato de un presidente cercado por las actividades sospechosas de su esposa y de su hermano.

Cuando eso ocurra, y va a ocurrir con alta probabilidad, habrá que observar también el grado de tolerancia de la opinión ciudadana, que hasta el momento ha tragado con mentiras y ocultaciones de toda laya. Y medir la resistencia del muro levantado contra el fantasma de la ultraderecha arriscada. El principal efecto de la polarización es la creación de zonas ideológicas estancas, impermeables a las evidencias fácticas. El choque entre la realidad y las percepciones sectarias. Del bloque político de la investidura no cabe esperar una quiebra de confianza. Serán los votantes de izquierda quienes tal vez tengan que elegir si el miedo a la alternancia prevalece sobre su teórica demanda de limpieza democrática.