Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo

El precio del dinero es una de las variables claves que determinan el devenir de la economía. Pero, fijar su nivel exacto en cada momento es como jugar a las siete y media. Si lo estableces demasiado bajo te arriesgas a fomentar la inflación y si lo subes de manera exagerada te puedes cargar con facilidad el crecimiento. Según establecen sus estatutos, el Banco Central Europeo se debe preocupar principalmente de la evolución de los precios -un antiguo temor alemán que viene desde los tiempos lejanos, pero aciagos, de la República de Weimar-, pero es una equivocación creer que el crecimiento le resulta indiferente. Ni mucho menos. Una cosa es la visión fría y monetaria del regulador, desde los cómodos despachos de Fráncfort y otra bien diferente son las angustias internas de los diferentes gobiernos, para quienes el debate político nacional se juega en casa y alrededor del terreno de la evolución del PIB.

El BCE es un rompeolas donde chocan necesidades económicas e intereses políticos

En estos momentos hay argumentos a favor de una relajación de la política monetaria y entre ellos, el más poderoso, es la proximidad alcanzada por los precios con el objetivo fijado a largo plazo. Pero, nadie se fía de que tal tendencia esté consolidada y todos se temen que un repunte de los mismos aparezca en el horizonte. También hay argumentos para hacer lo contrario y mantener el rigor monetario, pues si algo está claro es que la economía, al menos la de los países centrales del Viejo Continente, atraviesan un periodo de debilidad, en permanente coqueteo con la recesión. Al final, el Consejo del BCE es un rompeolas contra el que chocan los intereses políticos y las necesidades económicas y la solución de ayer se sitúa en un lugar intermedio entre ambos afanes. Nadie podrá aducir que la bajada de 0,25 puntos es demasiado arriesgada para la estabilidad de los precios, ni tampoco demasiada peligrosa para estrangular el crecimiento. Así que la gobernadora Lagarde consigue varias cosas. Ni cae en incoherencia alguna con su comportamiento anterior, ni establece una nueva política que lo altere gravemente.

Al final, podemos concluir que este 0,25% de rebaja de los tipos es una buena noticia, que no llega a la categoría de excelente, para inversores y endeudados y una mala, pero tampoco pésima, para los ahorradores, a quienes mermará la rentabilidad de sus ahorros. Un delicado ejercicio de equilibrio. Como casi siempre, vamos.