Rebeca Argudo-ABC
- El estupor es constante, así que, contra todo pronóstico vivimos en estado de estupefacción continua
Sánchez ha conseguido que llevemos tanto tiempo sin salir de nuestro asombro que no recordamos siquiera por dónde ni cómo entramos en él. El estupor es constante, así que, contra todo pronóstico (contra la propia definición misma del concepto) vivimos en estado de estupefacción continua, con lo que nos induce el efecto contrario: la paradoja de que ya nada nos sorprenda por asombro persistente. Aún así, pese al entumecimiento general de nuestra capacidad para el desconcierto, hay que reconocer que la ocurrencia del presidente de aprovechar la rueda de prensa posterior a la reunión del Consejo Europeo para pedir la dimisión de Isabel Díaz Ayuso es especialmente chocante. ¿Será nerviosismo y preocupación? ¿Será la desesperación del que se siente intocable pero atisba que algo escapa a su control?
Diría eso de cualquier otro en tan inusitada situación, pero me cuesta aplicar a los comportamientos de Pedro Sánchez la lógica que aplicaría ante cualquier otra persona que se dedicara a la política (y a cualquier otra persona en general), porque ya hemos comprobado en demasiadas ocasiones que no opera bajo las mismas reglas básicas de moralidad, bonhomía y decoro que manejamos el resto de los mortales con un mínimo de ética y de urbanidad. Pero no se me ocurre otra razón para una pérdida de papeles tan desacomplejada: el presidente del Gobierno de un estado democrático (con la mujer y el hermano imputados, una trama de corrupción destapada y judicializada que salpica a muchos de los altos cargos de su partido y con una querella desestimada que supone, según uno de los jueces, «un ejercicio abusivo del derecho» e implica «mala fe», ojo a esto) exigiendo que dimita una presidenta autonómica porque el fiscal general del Estado ha sido imputado.
Tendría guasa de no ser tan inquietante como es. Porque el fiscal general, Álvaro García Ortiz, está imputado, no por desmentir un bulo, que no supone delito en este país (ni en ninguno, que yo recuerde) sino por revelación de secretos. De secretos que no son otra cosa que información que está en su poder debido a su cargo y no a otra circunstancia. Es decir, que su ejercicio del mismo deja un pelín que desear. Y ante esta circunstancia insólita en nuestra democracia (otra más, apunten ahí) el señor del bruxismo cronificado exigie dimitir a Ayuso en lugar de cesar a su subalterno (¿Es que la fiscalía de quien depende? ¿De quién depende? Pues ya está), que, por si fuera poca la desfachatez, presume de tener información «de sobra» para dañar a «un espectro político». Lo grave de esto es que, si tiene información y es delito, de no actuar inmediatamente estaría faltando a su deber. Y si la información que maneja no es delito, no es tampoco de su incumbencia e, imagino, tendrá cosas más importantes con las que entretenerse y a las que prestar atención. ¿Qué pretende entonces el fiscal general del estado con esa manifestación? ¿Avisar de que podría hacer lo que ya ha hecho? No entiendo cómo, con todo lo que se acumula a Sánchez, no ha dimitido todavía Ayuso.