Iñaki Ezkerra-El Correo
Decía el divertido e inolvidable Max Frisch que Suiza perdió la oportunidad de tener una tragedia nacional cuando Guillermo Tell acertó con la flecha de su ballesta la manzana que posaba sobre la cabeza de su hijo. Me he acordado de esa cita leyendo la ‘Pequeña historia mítica de España’, un libro publicado en este mismo año y en el que David Hernández de la Fuente nos presenta comprimidos todos los grandes mitos patrios que, más a menudo de lo que sospechamos, flotan sobre nuestro presente. Ésa es una de las lúcidas conclusiones de este magnífico ensayo editado por el sello Alianza y que, más allá de la pura enumeración de los héroes y de la narración de sus historias o leyendas, abre éstas sugerentemente a las más actuales interpretaciones y nos lleva desde el mito de Tartessos, el de la Atlántida o el del Al-Ándalus, al de la Inquisición, al de la Leyenda Negra o al de las dos Españas. Si la Suiza de Max Frisch carece de una mitología y un sentido trágicos, a nosotros nos sobran. Tenemos tragedias para dar y tomar, tantas como líderes que las encarnan. Y entre éstos se hallan los que poseen una doble naturaleza de nobles y villanos que, según quien los mire y cómo los mire, los hace ser amados y odiados a partes iguales: Pizarro, Cortés, Padilla, Bravo, Maldonado, Riego, el libertino don Juan y el conde Don Julián, Prisciliano, Miguel de Molinos, Torquemada, Cisneros…
Para explicar esos binomios inherentes a la construcción mítica (el traidor y el héroe, el inquisidor y el hereje, el ortodoxo y el heterodoxo, el pecador y el santo…), Hernández de la Fuente usa un vocablo que se ha puesto muy de moda en la España de hoy y que otorga una inusitada vigencia al libro a la vez que nos invita a la reflexión. Me refiero al término «polarización». Uno se pregunta si no faltará en los análisis que se hacen en el debate político una mirada al mito, a esa «épica de la resistencia» que encarnan figuras como la de don Pelayo, el Cid, Viriato, Guzmán el Bueno, Santiago Matamoros… Figuras que, por otra parte, se invocan explícita o tácitamente desde la derecha y la izquierda más extremas y populistas. ¿No habrá algo de numantino en esa «resiliencia» que hoy está tan en boga?