- Solo que el periodista no era periodista sino, efectivamente, espía. No era español sino ruso: no se llamaba Pablo González sino Pável Alekséyevich Rubstov (con su alias español pasaba inadvertido, con su nombre verdadero parece un personaje de Dostoyevski; de Los demonios, en concreto)
Cada día que pasa crece mi asombro. Hasta la profunda decepción que supuso para mí el caso Pavel, espía ruso, una ingenuidad estructural en la percepción del mundo me había mantenido plenamente convencido de que si te cogen en flagrante mentira o en flagrante error, debes retractarte y disculparte. ¡Iluso! Pensaba que no hacerlo, no retractarse y disculparse, era como ciscarse en la gente, una muestra de desprecio infinito, y también una prueba de estupidez en el sentido de Cipolla. Una serie de personajes, un combinado de gentes de la cultura (en fin, analfabetos funcionales del cine) y del Derecho (en fin, activistas de su uso alternativo) aparecieron en un vídeo de denuncia. Una de esas piezas propagandísticas que pretende explotar el efecto coro, usando el habitual tono de superioridad moral, solemnidad fofa e indignación contenida propio de esas gentes. Pero la pieza se sostiene sobre una premisa que ellos aseguran cierta y los hechos han probado falsa: el periodista español Pablo González habría sido ilegalmente detenido por las autoridades polacas en un gesto de persecución política encubierto por la infundada acusación de ser un espía del Kremlin.
Solo que el periodista no era periodista sino, efectivamente, espía. No era español sino ruso: no se llamaba Pablo González sino Pável Alekséyevich Rubstov (con su alias español pasaba inadvertido, con su nombre verdadero parece un personaje de Dostoyevski; de Los demonios, en concreto). Por consiguiente, el espía ruso Pável no fue detenido ilegalmente sino con toda razón y justicia. Las autoridades polacas del Gobierno de PiS no solo no estaban practicando la persecución política sino que estaban siendo coherentes con la postura de la UE sobre la terrible guerra en Ucrania (nación agredida) y en contra del régimen de Putin, presidente de la nación agresora para quien trabajaba el falso periodista de los falsos informativos de La Sexta.
Con la información proporcionada por un espía ruso que cuenta con el afecto personal del criminal de guerra (y paz) Vladimiro Putin, no estaría de más hablar de «los deformativos de La Sexta». Lo realmente tronchante es que de esa cueva de Atresmedia (la empresa apuesta a todos los números de la ruleta con otros tantos medios), salió la, digamos, periodista Ana Pastor, la misma que se alzó cual deidad capaz de establecer de manera definitiva qué es verdad y qué no. La Gran Verificadora (o Gran Inquisidora, si me permiten, ya que estamos en Rusia) ha llegado a ese puesto, a ese trono, sin el aval de nadie. Bueno, sí, de una gran plataforma tecnológica. Y del sanchismo. A los infelices nos ha destrozado que no se retracte nadie por habernos presentado al espía ruso como un pobre periodista español apresado por los malvados polacos. ¡Pero nadie! Ni Juan Diego Boto, ni Carlos Bardem, ni Pepe Viyuela, ni Willy Toledo, ni Baltasar Garzón (que será un delincuente, pero al menos no se las da de actor), ni Ana Pardo de Vera, ni Martín Pallín. Nadie. Nada.