AÍñigo Errejón le asiste el mismo derecho a la presunción de inocencia que a cualquier otro ciudadano español. Las acusaciones en su contra deberán por tanto ser demostradas ahora en los tribunales y castigadas o desestimadas por el juez encargado de la causa, no por el jurado popular de la opinión pública o de la publicada.
Pero de lo que no cabe duda es de que el propio comunicado de despedida del diputado de Sumar insinúa un reconocimiento tácito de culpabilidad por unas faltas que no se concretan, pero que han acabado provocando su salida de la política.
«La primera línea política genera una subjetividad tóxica que, en el caso de los hombres, el patriarcado multiplica, con compañeros y compañeras de trabajo, con compañeros y compañeras de organización, con relaciones afectivas e incluso con uno mismo» dice Errejón en su texto, sin aclarar qué quiere decir con «subjetividad tóxica».
Luego, en uno de los párrafos más confusos de su alambicado comunicado, Errejón culpa también a «una forma de vida neoliberal», en contraste con su trabajo «como portavoz de una formación que defiende un mundo nuevo más justo y más humano».
«He llegado al límite de la contradicción entre el personaje y la persona» dice en otro párrafo de su texto.
Al reconocimiento de una doble vida, la que mostraba a los españoles en público y la que llevaba luego en privado, se sumó ayer a última hora de la tarde la admisión por parte de Yolanda Díaz de la veracidad de las acusaciones. Más Madrid filtró luego a un medio afín que el propio Errejón había confesado, en una fecha indeterminada, la veracidad de las acusaciones vertidas contra él en las redes sociales.
Sólo cabe concluir, por tanto, que tanto Más Madrid, como Sumar, como Podemos han estado haciendo caso omiso, cuando no ocultando, esas acusaciones de abusos durante al menos cinco años.
Más allá de cómo evolucionen jurídicamente dichas acusaciones, de momento anónimas con la excepción de la actriz Elisa Mouliaá, es necesario centrarse en la hipocresía de esas tres formaciones, Podemos, Más Madrid y Sumar, que durante la última década no han cesado de construir hogueras en las que se ha incinerado a docenas de ciudadanos por acusaciones en algunos casos más leves que las que hoy pesan sobre Errejón.
Hogueras que el mismo Íñigo Errejón ha alimentado por su parte con entusiasmo, confirmando así que todos los Torquemadas de nuevo cuño acaban pasando más tarde o más pronto por ellas dada su incapacidad para casar su muy falible naturaleza humana con las estratosféricas exigencias morales de las nuevas religiones laicas que ellos defienden con ardor para el resto de los ciudadanos, pero jamás para sí mismos.
Mención aparte merecen las contradicciones de Yolanda Díaz, que en un tuit publicado en la red social X mencionó ayer jueves un presunto ‘proceso’ de investigación de las denuncias presentadas por algunas mujeres contra Errejón, y que habría desembocado en su salida de Sumar y su abandono de la política.
Un anuncio incompatible con la fotografía que publicamos hoy en EL ESPAÑOL y que muestra a la ministra de Trabajo riendo junto a Errejón en el Congreso de los Diputados este mismo martes.
Sólo caben dos opciones. O las acusaciones de violencia machista contra Errejón no le impedían a Yolanda Díaz mantener una jocosa charla con el presunto culpable de esa violencia, o ese proceso ha sido fulgurante y se ha iniciado y concluido en apenas 48 horas, como los juicios sumarísimos en tiempo de guerra.
Errejón ha pretendido además emboscar los motivos de su salida de la política tras el pretexto de la salud mental, un cajón de sastre al que él y su partido han recurrido una y otra vez para justificar iniciativas políticas que nada tenían que ver con ella.
Bien habría hecho Errejón en ahorrarse la utilización victimista del pretexto de la salud mental y en haber afrontado con entereza y valentía las acusaciones que pesan sobre él. Porque eso es lo mínimo que puede exigírsele a quien lleva cobrando desde 2016 un salario público por defender frente a las cámaras lo que, presuntamente, olvidaba en cuanto estas se apagaban.