Olatz Barriuso-El Correo
- En la posición del PNV sobre el ‘impuestazo’ late de fondo la tiranía populista que impide defender lo que uno piensa con argumentos
En el Alderdi Eguna de hace dos años, cuando el PNV aún no había atravesado la centrifugadora electoral que le ha obligado después a replantearse tantas cosas, Andoni Ortuzar ya se temía, sin embargo, que el magro balance de su alianza con Pedro Sánchez, en ardua competencia con Bildu, podía pasarle factura. Y se esforzó por ello en presentar al partido como un ente angelical sin ideología, dedicado única y exclusivamente a remar a favor de los intereses de Euskadi, que, dicho sea de paso, es difícil que sean los mismos para un votante, pongamos, de la izquierda abertzale y otro del PP, ambos igual de vascos. Pero en Sabin Etxea tenían claro que tocaba jugar a la ambigüedad para reanimar el viejo sueño de ocupar el grueso del espacio electoral. «El PNV solo tiene un lado, está por encima del Ebro y se llama Euskadi. Ese es nuestro único bloque. Ni Sánchez ni Feijóo: Euskadi y solo Euskadi», clamó el líder del EBB ante la campa militante.
Desde entonces, la anécdota se ha elevado a categoría y la cantinela sigue resonando casi a diario, a pesar de la pérdida de votos y de que los hechos demuestren que -con contadas excepciones como la de Venezuela, profusamente sobreexplicada después con comida incluida con Bolaños- el PNV evita rigurosamente llevarle la contraria a Sánchez o retratarse como el partido «de orden» que, en privado, sigue diciendo ser. Nada que ver con la desacomplejada (y errática) trayectoria de Junts, que lo mismo le hace la competencia a los ultras en materia de inmigración que tumba por sorpresa la tramitación de la ley para regular los alquileres de temporada -a la que ha acabado dando luz verde- o se alinea en contra del ‘impuestazo’ a las energéticas.
«No pondremos en riesgo las inversiones en Cataluña», ha avisado Míriam Nogueras desde el que siempre fue ‘partido hermano’ del PNV mientras Sabin Etxea evita deliberadamente amenazar con tumbar la pretensión del Gobierno de que el gravamen temporal a las energéticas y a la banca se convierta en permanente, no vaya a ser que alguien les identifique con la malvada derecha del PP y Vox o se crea que algún día cambiarán de caballo y acabarán pactando con Feijóo. «El PNV no se posiciona en este debate ni con unos ni con otros, sino que se alinea con Euskadi».
El diagnóstico, como mínimo discutible, de que el electorado vasco se ha hecho enteramente de izquierdas o de que, al menos, no vería bien que el PNV vote abiertamente en contra del ‘impuestazo’ a la vez que se conoce el nuevo récord de beneficios de Iberdrola -casi 5.500 millones en nueve meses- ha llevado a los jeltzales a circunvalar el entuerto reclamando el tributo para las haciendas forales para después modular el tipo o, directamente, no aplicarlo en vez de votar directamente en contra. La jugada es contraproducente para Sabin Etxea por varias razones: ha vuelto a poner el Concierto y el Cupo en el centro de las iras de las autonomías del régimen común y a echar por tierra los esfuerzos pedagógicos de las instituciones vascas entre acusaciones de ‘dumping’ fiscal; ha despertado, de nuevo, al PSE más ‘destroyer’, que, paradójicamente, es el socio con el que el PNV tendría que aprobar cualquier nuevo tributo en las Juntas Generales. Y ha encrespado, un poco más, a quienes desde dentro agitan el árbol para intentar hacer caer a Ortuzar.
El enfado con Imaz es palpable, no tanto por el contenido de su artículo, sino por poner al PNV, en el que el CEO de Repsol fue la máxima autoridad, en la impopular tesitura de plegarse a los dictados de una gran empresa. «Era innecesario. Nosotros ya sabemos lo que tenemos que hacer y quiénes son los principales contribuyentes vascos y no vamos a echar piedras contra nuestro tejado», se lamentan. Queda al criterio de cada cual juzgar si eso es de izquierdas o de derechas, o incluso si ese es el verdadero debate. O si lo que late de fondo es la imposibilidad de sustraerse a la tiranía populista que contamina la política española e impide defender lo que uno piensa con argumentos.