- Los desprecios del presidente del Gobierno al actual Rey, conocidos y sobre los que no insistiré, apuntan a que el sanchismo no excluye a la Monarquía entre sus objetivos. Quien no lo vea padece ceguera
Seguí un programa de La Sexta cuyo título me atrajo porque acaso aclararía cuestiones que precisan explicación; recibiría luz en la oscuridad. Pero no fue así; me decepcionaron sus sesgos.
Con tanta vida atrás me sorprenden pocas cosas. Me dicen que Netanyahu torea el domingo en Las Ventas y pregunto de quién son los toros. En el programa televisivo hubo pocas sorpresas. Era la fórmula habitual: un tertuliano discrepante rodeado de afines. Una cadena privada está en el derecho a hacerlo. Que la televisión que pagamos todos sea casera y sumisa al amo me indigna. Ahora un decreto-ley la convierte formalmente en instrumento del sanchismo. Se lleva la palma Fortes que, coincidiendo con el varapalo del TS al fiscal general del Estado, le dedicó un masaje televisivo con final feliz. Además, García Ortiz mintió.
En aquel programa de La Sexta se habló de los audios del Rey padre y la cantaruta circense Bárbara Rey, valga la redundancia. Fue el tema estrella. La experta en grabaciones robadas propicia que el asunto se mantenga en primer plano y coincide con quienes buscan perjudicar a la Monarquía y, por la vía del reproche inmisericorde a don Juan Carlos, a Felipe VI.
Sobre el manido asunto se dijo de todo. Una tertuliana aseguró que don Juan Carlos «vive en una realidad paralela» y opinó que «él no es muy consciente, a sus 86 años». Supongo que desde el conocimiento probado y no desde la especulación, alguien dijo que el Rey padre quería «recuperar su caudal político, reivindicar su figura, y que se olvidara lo de Corina y los elefantes de Botsuana». Olvidó que el viaje a Botsuana fue privado, era un invitado, no costó un euro a los españoles, y acabó en una petición de perdón de don Juan Carlos que critiqué en su día porque no había motivo. Algo así como la memez de López Obrador y su sucesora cuando exigen que España pida perdón en nombre de Hernán Cortés con siglos de retraso. Mera ignorancia. En todo caso, López Obrador desciende de los malhadados conquistadores y no de los indígenas.
Otro tertuliano aseveró que don Juan Carlos «no estuvo a la altura de su cargo» y es hoy «el peor enemigo de la Monarquía». ¿Porque lo ordena Sánchez? Juan Carlos I recibió, desde la ley, todos los poderes de Franco, renunció a ellos, trajo la democracia, posibilitó la Constitución —que incluye el nombre del titular de la Corona (Artículo 57.1)—, la defendió cuando estuvo en riesgo, y abrió el más largo periodo contemporáneo de paz y buena convivencia. Hasta Zapatero y Sánchez. No pesa sobre don Juan Carlos reproche alguno de la Justicia y padece un exilio forzado por decisión del Gobierno y difícilmente explicable inhibición de su sucesor. Los desprecios del presidente del Gobierno al actual Rey, conocidos y sobre los que no insistiré, apuntan a que el sanchismo no excluye a la Monarquía entre sus objetivos. Quien no lo vea padece ceguera.
El Gobierno de Sánchez está ahogado por la corrupción, como lo estuvieron los últimos gobiernos de González. Hubo corrupción hasta en la Cruz Roja y el BOE. El PSOE fue condenado, como tal partido, por corrupción. A Rajoy le echaron Sánchez y los suyos por dos casos concretos en dos ayuntamientos madrileños y la manipulación de un juez, como aclararía luego la Justicia. Ahora, en riesgo el número 1 de la trama que sigue sin dar explicación alguna, la estrategia del sanchismo consiste en alzar cortinas de humo y aventar su mierda a los demás, generalmente inventada. De ahí el bochornoso acoso a Ayuso, repetido como loros por los ministros. En esta línea se incluyen los ataques a don Juan Carlos. La oficina manipuladora de Sánchez funciona a pleno rendimiento, contamina el relato, alza un nuevo relato a su gusto, ejerce el olvido, y miente sin descanso.
Mientras, el PP, educadito y formal, mantiene un buenismo inexplicable. No debe buscarse normalidad en lo anormal, porque no existe. No se trata de defender posiciones de izquierda o derecha, sino de apostar, abruptamente si así se tercia, por el rescate de la normalidad democrática, hoy maltratada, malbaratada y en serio riesgo. Vivimos un golpe de Estado de nuevo cuño y quien no lo perciba está en Babia. En esta alarmante realidad, los medios contaminados, que buscan beneficiarse de alguna manera, se apuntan a la estrategia del sanchismo. Por ejemplo, desde el programa televisivo al que me refiero,