Cuenta Henry Kissinger en ‘Liderazgo’, su último libro, escrito con 99 años, que el apelativo ‘dama de hierro’ aplicado a Margaret Thatcher nació en el órgano del Ministerio de Defensa de la URSS, «Estrella Roja», como reacción a un discurso de la entonces líder de la oposición británica, en 1976. Thatcher había denunciado, entre otras políticas del Kremlin, que el Gobierno comunista soviético primaba la inversión en armamento sobre la producción de bienes de consumo.
No recoge el veterano político que el apodo, pretendidamente insultante por su cercanía negativa al canciller Bismarck, apareció en un artículo del entonces capitán Yuri Gabrilov, también difundido en los servicios en inglés de Radio Moscú. Sin embargo, lo que tenía intención despectiva fue asumido con gusto por Thatcher, sobre todo desde que llegó a primera ministra en 1979. Y así ha pasado a la historia. Al final, la gracieta supuso un error de la propaganda soviética.
Si preguntásemos hoy en España a ciudadanos con criterio y bien informados —muchos seguidores del sanchismo parecen ayunos de criterio objetivo y de información realista— quién es nuestra dama de hierro, contestarían que Isabel Díaz Ayuso. Y ello más allá del voto que depositen en las urnas. La actual presidenta de la Comunidad de Madrid se ha convertido en martillo de la izquierda, como en su día fue España ‘martillo de herejes’ según Menéndez Pelayo en el epílogo de su ‘Historia de los heterodoxos españoles’, y lo cito como lector muy esporádico del erudito santanderino que, por cierto, incluyó entre sus heterodoxos a un directo antepasado mío.
Conozco a Ayuso desde antes de ser conocida y reconocida y es, sin duda, el gran descubrimiento de las últimas generaciones de la política española. Y de antes. Su victimario es copioso. Por ella han caído sucesivas cabezas de políticos de Madrid, desde el PSOE a Ciudadanos, pasando por Pablo Iglesias —gracias sean dadas— y la de algún presidente de su partido que cayó en una trampa del socialismo, acaso dejándose llevar por un señor de Murcia, entonces con mando en plaza, pero tan ingenuo como el Andrés de «Ninette y un señor de Murcia», la comedia de Mihura. La última en caer ha sido una diputada de Más Madrid por ayudar al cacareado feminista Errejón, ya sin careta, al que hace años Ayuso acusó de machista. Todos pasaron al otro lado del telón mientras Ayuso está ahí, gobernando y dando guerra.
La coraza de nuestra dama de hierro es la verdad. Cuando atacaron a su padre fracasaron; cuando acosaron a su hermano, la Justicia le dio la razón; todas las veces, y fueron muchas, en que la oposición la llevó a los tribunales por el manido y falso reproche en el tema de las residencias en pandemia, las sentencias le fueron favorables. Para la izquierda, las victorias electorales de Ayuso en Madrid son su grano en el culo y quien más lo padece es Sánchez, el número 1 de una trama, que incluye presuntamente a familiares y políticos cercanos, y de la que no saldrá indemne por mucho que maniobre y mienta. Testimonios gráficos ya han desmentido que Sánchez no conociera a Aldama. Se evidencia, una vez más, la estrategia de la mentira.
La última víctima del sanchismo es el novio de Ayuso, uno de los muchos miles de ciudadanos llamados por la Agencia Tributaria para poner en orden sus cifras fiscales. Pero no son cercanos a Ayuso y no se publican sus datos ni se les persigue. El fiscal general del Estado ya está imputado. Y no dimite. A Ayuso y a su novio los ministros les dedicaron insultos, la portavoz del Gobierno les denigró vulnerando, una vez más, su función. Sánchez se permitió calumniar a Ayuso no solo en el Congreso, sino también en sus viajes internaciones en los que representa a España. Como periodista viajé con presidentes de Gobierno y nunca en el extranjero opinaron sobre asuntos de política partidista y, por supuesto, nunca insultaron a quien representa al Estado en una Comunidad Autónoma. Son valores morales y de representatividad y Sánchez carece de ellos.
Alegría, en su comparecencia tras un Consejo de Ministros, recalcó que Ayuso «representa a todos los madrileños» criticando que no acudiese a la entrevista con Sánchez. No resulta extraño tras ser vilipendiada repetidamente. Al insultarla a ella se insulta a todos los madrileños. ¿Cómo se manifiesta así Alegría, defensora sumisa del puto amo (Puente dixit), que anunció la división de España por un muro, a un lado los suyos y al otro los demás? Sánchez no gobierna —no puede— pero sus medidas, abusando del decreto ley, excluyen a más de media España. Y nadie recuerda que Sánchez, entonces jefe de la oposición, no acudía a las entrevistas con Rajoy ni atendía sus llamadas telefónicas.
Madrid es una comunidad abierta a las ideas, libre, adelantada en la economía y en los servicios públicos, con bajos impuestos, acogedora, en la que nadie se siente forastero, y a la que Ayuso ha trasladado su impronta, su modo de ser y de actuar desde el compromiso y la fuerza de sus convicciones. Atacar a Ayuso como objetivo principal, casi único, es un error de Sánchez como lo fue el de los comunistas soviéticos al atacar a Thatcher. Nuestra dama de hierro no se achanta. Sánchez tiene papeletas para ser el próximo nombre en el victimario de Ayuso. Amén. Y, pese a todo, España sigue aletargada.