Ignacio Camacho-ABC

  • Formado en la tradición sistémica, a Feijóo se le nota el desconcierto ante un adversario habituado a jugar sin reglas

Si las encuestas de GAD3 aciertan, y suelen hacerlo, existe un patente descontento con la oposición del PP entre los votantes de la derecha. Le reclaman más «contundencia», una manera bienhablada de pedir lo que en el lenguaje coloquial se dice «caña» o «leña». Que no es lo mismo que firmeza, un concepto más relacionado con los principios y/o las ideas. Un servidor, que es hijo de la Transición y por tanto echa de menos un cierto aburrimiento democrático, lo que espera de la alternativa de poder es un proyecto claro, más bien constructivo y a ser posible moderado, pero eso se vende mal en la posmoderna política-espectáculo y peor aún cuando el electorado siente frustración por un gatillazo como el sufrido hace dos veranos. Así que Feijóo, aun encabezando de largo los sondeos, no logra rebajar el respaldo que Vox atrae con su discurso destemplado, lo cual representa un serio obstáculo para sus expectativas de llegar algún día a gobernar en solitario. Para lograr ese objetivo tiene que acercarse a los 160 escaños, empeño difícil cuando el partido de Abascal se ha resarcido de la ruptura de los acuerdos regionales con un éxito de comunicación incuestionable como el de colocar la inmigración en primera línea de las preocupaciones de los votantes. No sólo de los suyos sino también entre un significativo porcentaje de los de Sánchez, y por supuesto entre la mayoría de los clásicos sectores de apoyo de los populares.

A Feijóo, formado en el bipartidismo y en una tradición sistémica de respeto a las reglas, se le nota el desconcierto ante un adversario acostumbrado a jugar sin ellas. (Por eso muchos prefieren a Ayuso, más desinhibida, anticonvencional y resuelta, aunque aún está por medir su arraigo fuera del ámbito específico de la comunidad madrileña). Se ha rodeado de un equipo de confianza procedente de su etapa gallega en el que se aprecia falta de adaptación a la peculiar atmósfera endogámica del interior de la M-30, y no ha sido todavía capaz de armar un frente institucional sólido con la docena de autonomías que su formación gobierna, un potencial más que suficiente para provocarle al Gobierno dolores diarios de cabeza. Sobre todo, da la sensación de carecer de un plan y una propuesta, de dudar demasiado entre ir a buscar a Vox en su terreno o tratar de crecer hacia el centro-izquierda. Tal vez sea esa ambigüedad, esa tensión basculante, la que ensombrezca su liderazgo con una apariencia débil a los ojos de su propia clientela, que en su impaciencia por desalojar al sanchismo se desespera y tiende a desahogarse en el escapismo de la desmesura dialéctica. Sucede que el poder acaba siempre por desgastar más al que no lo tiene, y para compensar ese déficit es más importante la inteligencia estratégica que la retórica contundente. Inteligencia para acertar con el nombre exacto de las cosas, como dejó escrito Juan Ramón Jiménez.