Luis Ventoso-El Debate
  • Y esta vez la cosa no va de Sánchez, ni siquiera de política

Todos recibimos montajes cómicos vía guasap, los famosos ‘memes’. En el inicio de los servicios de mensajería en el móvil, esas bromas gráficas eran bastante rupestres, montajes graciosetes, pero un poco burdos.

Más tarde se volvieron perfectos; unos fotomontajes casi indistinguibles de la realidad. Y ahora se ha dado un paso más. Ayer un amigo me envió un vídeo paródico de Sánchez y Ábalos muy coñón. En las imágenes, el presidente se convierte en el difunto cantante Tino Casal y versionea su tema Eloise al lado de su compinche Ábalos, con una nueva letra satírica basada en la florida mangancia del caso PSOE. En el vídeo, la voz de Sánchez y su imagen aparecen tal cual. Pero han sido generadas por un programa informático. Es decir: existe ya una tecnología que permite apropiarse de la imagen de cualquier persona y clonarla para todo tipo de usos.

Lo mismo ocurre con las voces. Ahora mismo están a disposición de cualquiera unos programas que sirviéndose de tomas de tu voz original pueden reproducirla de manera idéntica. Si el que maneja esa IA tiene mala fe, puede hacerte decir una salvajada, o una frase delictiva, o una injuria, y quien la escuche pensará que eres tú quien está hablando, pues la voz mecánica resultará indistinguible de la tuya real.

Esta tecnología va a ir a más rápidamente. Cada vez será más perfecta y más fácil de utilizar por parte de cualquier usuario. Llegará un momento en que resultará imposible distinguir la realidad física y los montajes creados con Inteligencia Artificial, con los consiguientes daños al honor y la reputación.

En Corea del Sur ha estallado un enorme escándalo, al descubrirse que en varios campus universitarios algunos alumnos se servían de la IA para generar deepfakes de sexo explícito a partir de fotos de sus compañeras. En Japón y en la propia Corea triunfan cantantes pop de éxito que presentan una notable peculiaridad: no existen, han sido creadas por ordenador. El gran cantante y poeta Nick Cave, que acaba de deleitarnos en España, se quedó lívido hace unos meses cuando le mostraron que un programa de IA escribía como churros versos equiparables a los de cualquiera de sus canciones. En su ultimísima esencia, la música es una cuestión de combinaciones matemáticas. ¿Qué impedirá a una IA alimentada con el corpus de la mejor música crear excelentes nuevas partituras?

En los periódicos se está empezando a testar la creación de algunas informaciones mediante Inteligencia Artificial. Muchas resultan ya perfectamente aceptables, en especial las piezas de documentación. La IA también sabe titular, y a veces mejor que los periodistas (sobre todo porque está programada para saber qué gusta a los buscadores de internet). Mi pronóstico es que en poco más de un lustro la faz de las redacciones habrá mudado drásticamente. Pervivirán los periodistas con fuentes, o con una visión muy especial. Pero las informaciones rutinarias —viene una dana, la convocatoria de una huelga, un accidente de carretera…— correrán a cargo del ChatGPT de turno. No quiero deprimirme, pero ya hace un par de años le pregunté a un alto empleado de uno de los gigantes estadounidenses de internet cuánto tiempo tardaría una IA en escribir un artículo como los míos. Me dijo que «unos tres años» (es decir, si el augur no falla me queda ya solo uno antes de cederle los trastos a ChatGPT y dedicarme a ver las olas de Riazor escuchando a Keith Jarrett).

No queremos ver lo que tenemos encima, cuando avanza por todas partes y volteará el mercado laboral. La conducción autónoma llegará (no se ha empezado a aplicar todavía para evitar una riada de parados). Muchos puestos de trabajo de los bufetes y las asesorías fiscales desaparecerán, porque esas tareas las harán las máquinas. La IA lee los síntomas de las patologías mejor que los especialistas médicos y juzga mejor que los jueces, porque se atiene a los puros hechos, sin dejarse influenciar por el teatrillo del acusado y de los abogados y por la compasión y los prejuicios. Los drones automáticos ya están disputando las guerras, que empiezan a parecerse a las de segunda tanda de películas de Star Wars (las malas, las que nunca debieron haberse hecho).

Los países que se enganchen a toda esta revolución, mitad oportunidad-mitad pesadilla, liderarán el mundo y la economía. Pero nuestra clase política y parte de nuestra universidad sigue siendo más analógica que el arado de bueyes. El mundo ya ha cambiado y nos resistimos a cambiar con él. Sobre todo en una Europa que ha dejado de innovar y de ser productiva, pero que aspira a seguir viviendo bien de rentas e inflando ad infinitum el globo ingobernable de la deuda.