Miquel Escudero-El Correo

Hay que hablar de la esclavitud, que es una realidad que pervive en nuestro planeta en distintas formas. Es el cruel y repulsivo resultado de despojar a un ser humano de su condición personal. De este modo, la ley del más fuerte (o ley de la selva) permite cualquier vejación al despreciado enemigo o a quien sea visto como cosa o ser inferior, al que se puede explotar o someter sin contemplaciones. Urge tener coherencia sobre esto. La disposición supremacista provoca hundimientos; es lo opuesto a fomentar el ascenso vital de cada ser humano, visto como libre e igual a los demás (libre de discriminación, igual por derecho).

Hablemos de Anthony Burns, nacido esclavo en Virginia e hijo de una esclava. Aún no tenía 20 años cuando se escapó de Virginia y llegó al Estado libre de Massachusetts, pero antes de que pasaran tres meses un cazador de esclavos lo capturó. Le aplicaron una Ley de Esclavos Fugitivos y cual si fuera una alimaña lo retornaron a su amo virginiano; faltaban poco más de seis años para que estallase la Guerra de Secesión estadounidense. Antes de efectuarse su entrega, se produjeron enfurecidos motines (debo imaginar que interraciales) en la ciudad de Boston para rescatarlo e impedir su vuelta a Virginia. Los indignados fueron frenados por un despliegue impresionante de tropas federales.

Es difícil hacerse idea de todo esto. El muchacho pasó cuatro meses en una cárcel de castigo. Su amo lo vendió luego a un traficante de esclavos, y unas entidades cristianas lo compraron y lo pusieron de inmediato en libertad. Murió con 28 años por tuberculosis. ¿Hay que preguntar todavía por qué es intolerable toda esclavitud?