- Lo que, en mi opinión, no es discutible es que la seguridad de América y de Europa resulta indisociable y no se puede garantizar la una sin la otra y viceversa, no minusvalorando, tampoco, la extraordinaria dependencia mutua existente entre nuestros sistemas comerciales y económicos
El próximo martes, día 5 de noviembre, tendrán lugar las elecciones presidenciales en los Estados Unidos de Norteamérica. Los dos candidatos con mayores posibilidades de victoria son la actual vicepresidenta, Kamala Harris, por el Partido Demócrata y el expresidente, Donald Trump, por el Partido Republicano. Si bien es cierto que, tras su nominación como candidata, vinculada a la renuncia del actual presidente, Joe Biden, la candidata Kamala Harris apareció, inicialmente, como favorita en los sondeos, ambos candidatos llegan al momento decisivo de las elecciones con posibilidades muy equilibradas.
De entre ambos candidatos, el que se configura, aparentemente, como más controvertido de cara a las relaciones entre aquel país y sus aliados dentro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte o con los países miembros de la Unión Europea, es el republicano, ya que, de la demócrata se espera, de ser elegida, una actitud continuista con la de la actual Administración y, por lo tanto, menos sujeta a sobresaltos. Donald Trump, por su parte, se ha manifestado en multitud de ocasiones como partidario de revisar la actitud de los Estados Unidos de cara a sus aliados y de emprender un camino de desentendimiento de los conflictos existentes en Europa, proyectando un discurso que nos retrotrae al viejo aislacionismo al que los Estados Unidos se acogieron en los períodos iniciales de los dos últimos grandes conflictos mundiales.
El aislacionismo se configura como la opción política según la cual los Estados Unidos de Norteamérica se posicionan en favor de no intervenir en conflictos internacionales en los que no se vean evidente e inminentemente comprometidos sus intereses nacionales. Se basa en la denominada Doctrina Monroe, de 1823, que, promulgaba, en principio, la no injerencia de Europa en los asuntos americanos, como forma de preservar su independencia, lograda, no muchos años antes, escasamente cuarenta, de las potencias coloniales europeas, significativamente de Gran Bretaña. Se basaba, precisamente, en lo que muchos ideólogos antinorteamericanos se posicionan, actualmente, argumentando que Europa tiene sus propios intereses que no tienen por qué coincidir con los norteamericanos. Eso era lo que formulaba la Doctrina Monroe, pero para los norteamericanos. Es decir que los Estados Unidos, en la época tenían sus propios intereses, que no tenían por qué supeditarse a los de los europeos. De ahí la frase del momento, que decía «América para los americanos», que el actual candidato republicano a la Casa Blanca reformuló en su anterior período presidencial con su «hagamos América grande otra vez», que aún utilizan sus partidarios en la actual campaña electoral.
Fue, basándose en esa doctrina, que Estados Unidos se mantuvo al margen de los beligerantes en la Primera Guerra Mundial desde el 28 de julio de 1914, en que comenzó el conflicto, hasta el 6 de abril de 1917, en el que, tras recibir amenazas directas por parte de Alemania de poder ser objeto de acciones de guerra en sus territorios del sur (Texas, Arizona y Nuevo México) a cargo de México, a quien Alemania ofreció apoyo financiero para implicarlo en la guerra, los Estados Unidos rompieron su neutralidad y se involucraron en el conflicto de parte de los aliados de la triple entente británicos, franceses y rusos. La guerra finalizó un año y medio más tarde, el 11 de noviembre de 1918 en que Alemania solicitó un armisticio, poniendo fin a la guerra con la victoria aliada. Tras la Conferencia de París, se firmó el Tratado de Versalles, que sería invocado veinte años más tarde, en 1939, por Adolfo Hitler como un tratado de sometimiento inaceptable para Alemania, que le serviría como pretexto para el inicio de la Segunda Guerra Mundial.
El comienzo de la Segunda Guerra Mundial encontró, nuevamente, a los Estados Unidos instalados en la postura de no intervenir en un conflicto que consideraban, y realmente era, inicialmente, intra europeo. A pesar de los denodados esfuerzos realizados por Winston Churchill para conseguir la entrada de los norteamericanos en la guerra de parte de los aliados y en contra de Alemania, no fue hasta el 7 de diciembre de 1941, tras el ataque por sorpresa de la Armada japonesa a Pearl Harbor, causando la muerte de 2.403 estadounidenses, que los Estados Unidos decidieron su entrada en la Segunda Guerra Mundial, tanto en los teatros de guerra de Europa como del Pacífico.
Tras las devastadoras consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, el mundo se dotó de instituciones como la Organización de las Naciones Unidas en el preámbulo de cuya Carta fundacional se puede leer en su primera línea que «nosotros, los pueblos de las Naciones Unidas,» estamos «resueltos a preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra que dos veces durante nuestra vida ha infligido a la Humanidad sufrimientos indecibles».
Poco más tarde, en 1949 y 1955 respectivamente, se firmaron el Tratado de la OTAN y el del Pacto de Varsovia, dando lugar al mundo bipolar que presidió nuestra realidad hasta la desaparición del segundo de ellos por colapso de la Unión Soviética en 1989. A partir de ahí un período de búsqueda de nuevos equilibrios mundiales que han culminado con el mundo multipolar en el que nos encontramos en el que ya no es posible identificar, de manera unívoca e inapelable, cuál puede ser el origen de las actuales o futuras amenazas a la paz y la seguridad en el mundo.
Lo que, en mi opinión, no es discutible es que la seguridad de América y de Europa resulta indisociable y no se puede garantizar la una sin la otra y viceversa, no minusvalorando, tampoco, la extraordinaria dependencia mutua existente entre nuestros sistemas comerciales y económicos.
Cierto es que, en este equilibrio euroatlántico, los europeos hemos depositado históricamente nuestra confianza en la gran potencia militar emergida como consecuencia de la implicación de los Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial y que debemos asumir la responsabilidad de acometer mayores esfuerzos en el ámbito de la defensa en el convencimiento de que lo que, sin duda, no nos podemos permitir, una vez más, es el aislacionismo estadounidense.
- Fernando Adolfo Gutiérrez Díaz de Otazu es senador por Melilla