José Alejandro Vara-Vozpópuli
- El Gobierno se quitó de en medio. El Ejército no reaccionó hasta el cuarto día. El Estado no compareció en el infierno valenciano
La única medida urgente que publicaba el BOE en el cuarto día del apocalipsis valenciano era la resolución que daba vía libre al asalto de RTVE. También una cruel subida de impuestos a la clase media (diésel). ¿Algo para los miles de golpeados por el zarpazo feroz de la gota fría? Bueno, ya si eso, algo se hará en el Consejo de Ministros del próximo martes. Ni siquiera una sesión extraordinaria para acelerar decisiones imprescindibles, como ayudas económicas, retirada de cargas fiscales a los damnificados, apoyos a los negocios destruidos, refuerzo de material, despliegue de operativos, financiación exprés… Nada. Este pasado 8 de marzo, el narciso don pirimpón convocó a su Gabinete en forma extraordinaria en una sesión de proyectos para la mujer. El feminismo de campanillas del gobierno errejónico. Valencia no se merece una atención similar, aunque un océano de lodo (esto sí es fango, ¡estúpido!) haya engullido a sus calles y sus gentes.
¿Y el Estado? La versión más amable sería concluir que está bajo el control de un Ejecutivo incompetente, integrado por una panda de ineptos que dedica el 80 por ciento de su tiempo a insultar a la oposición y el otro 20, a defender a la esposa imputada de su jefe. La versión más próxima a la realidad es que se borró del mapa. ¿Y el Ejército?, ¿dónde el Ejército? Ni rastro de un uniformado, salvo la mínima presencia de la UME (primero 500, luego unos mil o así), un voluntarioso granito de arena en un escenario desolador. Cuatro días se demoró Margarita Robles en movilizar a sus tropas, que son las de todos, rumbo al infierno. Mientras tanto, los damnificados caminaban penosamente por el inmenso barrizal, una procesión sonámbula y desesperada, reclamando ayuda, suplicando algún gesto de clemencia y colaboración. Clamaban por el Ejército, “tiene que venir el Ejército, igual que va por ahí fuera donde las guerras y los terremotos”, decían ante los primeros micros presentes en el lugar. Hay 120.000 hombres en las Fuerzas Armadas. ¿A qué se dedican? ¿Dónde están cuando se los necesita? ¿En el Líbano cobijados bajo tierra en una misión estúpida? Una inmensa oleada de voluntarios procedente de todos los rincones de la región se presentaba en el terreno torturado a prestar su ayuda.
Ni una grúa, ni una excavadora, ni una pala siquiera, ni material sanitario, ni alimentos. “Estoy muy orgullosa de nuestras Fuerzas Armadas”, suele cacarear la ministra cuando alguien le reprocha su labor al frente de la familia castrense. La cuestión es si los militares están orgullosos de ella, que no es el caso. Inmovilizados, arrinconados en los cuarteles o en sus domicilios, se mordían los codos de impotencia. Más de 72 horas se tomó doña Margarita en levantar el dedo para enviar a un destacamento de paracaidistas y algún otro refuerzo. «Efectivos ilimitados», anunciaba el viernes, exhibiendo una celeridad propia de un batallón de tortugas. El clamor social era ya tan enorme, las quejas tan ensordecedoras que ni siquiera esta altiva damisela pudo permanecer ajena al estruendo. «Al fin nos dejan movilizarnos», deslizaba una valiente soldado ante las cámaras de la 1.
Sánchez, carabobo y falsamente compungido, recitaba sobre la zona devastada unos consejos baldíos y unas condolencias impostadas. Sabido es que el presidente es ajeno a todo sentimiento
Sánchez no quiso. Miró hacia otro lado en la peor catástrofe de nuestra historia reciente. Llevado por una malsana estrategia, optó por cruzarse de brazos y endilgarle todo el peso y la responsabilidad a este Mazón del PP, el culpable de todo, según el aparato mediático oficialista, que se puso en marcha dos minutos después del primer signo del desbordamiento de la Rambla del Poyo. Marlaska, esa perfidia con patas, fue el primero en emitir un comunicado en el que endosaba toda responsabilidad a los equipos de prevención del Gobierno valenciano. Ahí se desató la ofensiva. Que si el debate sobre el color de las alertas, que si la hora del primer aviso, que si la inoperancia de protección civil… un bombardeo de acusaciones llovió sobre la Generalitat mientras Sánchez, carabobo y falsamente compungido, recitaba sobre la zona unos consejos baldíos y unas condolencias impostadas. Sabido es que el presidente es ajeno a todo sentimiento. Su alma es más granítica que su quijada. Apenas media horita estuvo en el lugar. Ni se acercó siquiera a las lindes del dolor, al pantano pringoso de los lamentos. Un avión y dos helicópteros para su estéril traslado y vuelta a casita.
En su aviesa reunión del martes, el llamado Centro de Coordinación Operativo Integrado, conducido por Óscar Puente –esa catástrofe unipersonal- decidió no declarar la alerta 3 y rechazó asumir el mando único de las operaciones. Una especie de “ahí te pudras, Mazón y cuantos te votaron”. La excusa resultó enternecedora: como España es un estado autonómico, no vamos a irrumpir en las decisiones del gobierno de aquella comunidad. El presidente de la región, desesperado, impotente, horas después de agradecerle a Sánchez amablemente su visita, clamó a los cuatro vientos por el envío de ayuda militar, ‘por tierra, mar y aire’, y lanzó un grito desesperado: “Esto es una situación de emergencia nacional”.
El Rey emerge de entre las aguas
Y de repente, el Rey. Estupefacto ante la inmovilidad oficial, catatónico ante una situación insostenible, anunció a media tarde del jueves una medida, más simbólica que operativa: enviaba a la zona a efectivos de la Guardia Real y a su propia fuerza de seguridad para colaborar en las operaciones. Ya que estos no se mueven, al menos me muevo yo, debió de pensar. Y convocó al presidente del Gobierno a un despacho extraordinario en Zarzuela.
Se velaba a los muertos en las casas, cadáveres en la cocina, como una antología de cuentos de terror. Pillaje, asaltos, desolación, hambre, angustia… la pobre gente suplicando por una botella de agua o una lata de sardinas. Barrios enteros aislados, cercados por toneladas cieno, atravesados por cordilleras de automóviles como en una performance enloquecida, viejitos ahogados en las residencias, familias atrapadas sin vida en sus vehículos, supervivientes incomunicados a la espera de rescate, inimaginable número de desaparecidos … Algún policía municipal solitario, unos cuantos bomberos valientes y poco más. La pavorosa realidad de los primeros tres días del drama.
Cada declaración de la trama Koldo es un paso hacia el escenario antaño impensable y ahora posible: el registro del despacho de Begoña en la Moncloa y la requisa de su móvil y artefactos digitales
El silencio del Estado alienta cavilaciones. El 11-M de Aznar, el Prestige de Rajoy y la Dana de Mazón (Feijóo). Así especulan las perversas mentes de aquel lado del muro que Sánchez levantó tras el 23-J. En su alucinada rueda de prensa en Bombay, el narciso del progreso lo advirtió con tono de amenaza: “Seguiremos gobernando hasta el 2027. Dentro de tres años, las izquierdas se volverán a presentar y volveremos a ganar. Ya veremos si me presento contra Feijóo o contra otro líder o lideresa”. Apareció colérico tras conocer los dos nuevos delitos imputados por el juez Peinado a su esposa, la reina de Bollywood. No fue una declaración de intenciones. Fue una advertencia intimidatoria a cuanto pretenda imponerse en su camino hacia la eternización en el poder. Valencianos o tribunales, fuerzas de la oposición o medios independientes. Pasará por encima de todos, los arrasará como una dana inmisericorde.
La imputanción de un presidente
Quizás naufrague su presagio. Cada vez que se escarba en el móvil de Aldama, se escucha una frase de Koldo, se conoce un movimiento de Ábalos, se atisba el ambicioso perfil de Begoña, es un paso más hacia ese escenario que se antojaba impensable y que quizás ahora teme: la guardia civil entrando en el despacho de su esposa en Moncloa como acaba de hacer la UCO en el del Fiscal General del Estado. Requisa de terminales digitales e intervención del teléfono móvil. Todo puede ocurrir en esta España en la que suceden cosas que jamás habían ocurrido. Incluso la imputación de un presidente.