Mikel Buesa-La Razón

  • Un mensaje que nos recuerda que el blanqueamiento del terrorismo desarrollado por Bildu y aceptado por los socialistas sólo nos conduce a la catástrofe

El estreno de «La Infiltrada», dirigida por Arantxa Echevarría e interpretada por Carolina Yuste y Luis Tosar en los papeles principales, está suponiendo todo un acontecimiento para la industria española del cine, no sólo por su calidad narrativa sino también por su éxito de taquilla y su aceptación por un público muy extenso, de manera singular en el País Vasco. Pero más allá de esto, la película introduce un cambio radical en cuanto a la visión que, en los últimos tiempos, había introducido nuestro cine popular con respecto al problema que nos ha dejado en herencia el terrorismo etarra. Esa mirada se había establecido en la equidistancia entre las víctimas y sus asesinos, proponiendo un esquema simplista de reconciliación entre ambos extremos, basado en una supuesta sanación psicológica sólo proporcionada por el diálogo y el perdón, que deja fuera de su consideración cualquier análisis político que pudiera alterar un estatus quo en el que la presencia, con Bildu, de los herederos de ETA en las instituciones se considera no sólo ineludible, sino deseable e incluso hasta progresista. Ahí están para demostrarlo el filme «Maixabel», de Icíar Bollaín, y la serie «Patria», de Aitor Gabilondo, basada esta última en la novela homónima de Fernando Aramburu.

Llega ahora «La Infiltrada» para narrar un episodio heroico de la lucha contra ETA sin hacer la menor concesión ideológica a esta organización terrorista cuyos militantes aparecen retratados, más allá del contraste de personalidad entre los dos que transitan por el filme, como asesinos irredentos. Digo más: la protagonista –que en el curso de sus ocho años de periplo policial se camufla y mimetiza con el radicalismo abertzale para hacer su trabajo– en ningún momento de la narración cede en su objetivo de lucha contra el terrorismo, incluso cuando parece enamorarse del etarra que alberga en su casa. Y en todo caso, el comisario que la controla está ahí para afirmar que a ETA sólo se la podía vencer deteniendo y encarcelando a sus militantes. Este es el mensaje que destila la película y que ha llegado hondo a sus espectadores. Un mensaje que nos recuerda que el blanqueamiento del terrorismo desarrollado por Bildu y aceptado por los socialistas sólo nos conduce a la catástrofe.