Antonio Rivera-El Correo

  • Nuestros líderes políticos han de tomar nota y cambiar por completo de actitud, o la riada se los llevará por delante. Y con ellos la credibilidad de lo público

El juego político, ese que se dedica a marear la perdiz con temas y debates de relativa entidad y enjundia, ha hecho crisis ante un problema real y mayúsculo, con personas de carne y hueso urgidas en sus vidas, bienes y expectativas, y defraudadas y cabreadas con el Estado en su conjunto. Hoy no es tal político o tal partido, o la estrategia del gobierno o de la oposición. Los insultos contra los Reyes han evidenciado que estamos ante una crisis de Estado, no ante un requiebro más de la parva política.

Una sucesión de decisiones erradas y/o tardías ha desplomado en cuatro días la confianza del ciudadano en el Estado. Ese que estos días publicita en una campaña la razón de su existir y la lógica de que paguemos los impuestos. Ese mismo ha fallado, y no porque no tenga medios, sino porque la disposición de estos en tiempo y espacio ha vuelto a ser motivo de especulación entre poderes políticos.

No es cosa de condenar toda la actuación de uno u otro. Cada decisión entrañaba riesgos y estos se han esquivado, desde los avisos ejecutivos de quedarse en casa hasta el despliegue de recursos en abundancia. El fantasma del artículo 155 ha sobrevolado el cielo, mientras este rompía sobre Valencia. Declarar un nivel de alarma acorde a la magnitud de la tragedia hubiera supuesto avocar competencias de una Comunidad en favor del Estado. Curiosamente, partidarios y detractores de aquel 155 catalán ahora cambian de bando. Y los más exaltados enlazan con las decisiones de la pandemia… y también se ponen en el sitio contrario de entonces.

El engranaje territorial hace aguas en el peor momento, y las decisiones se toman tarde y con reservas

El Gobierno central no se muestra proactivo para no errar y el autonómico afectado retrasa su demanda de ayuda para no parecer débil. El engranaje territorial hace aguas en el peor momento, y las decisiones se toman tarde y con reservas. Mientras, los entornos mediáticos de cada bando van fijando posición para cuando escampe.

Las dimensiones de la crisis, a corto y a medio plazo, van a exigir del Estado recursos extraordinarios. A lo corto, era difícil estar en todas partes y su ausencia ha encabritado lógicamente a ciudadanos que no ven uniformes que les ayuden. Esa incapacidad material se podía haber explicado, señalando lo que se hace a cada instante y lo que queda para después. Porque, todavía, la expectativa más negra, la de las víctimas mortales, no se ha calibrado o nadie quiere, otra vez, mentar la bicha.

La catástrofe valenciana va para largo y la crisis de Estado ha llegado a la Corona, a lo más alto

La catástrofe valenciana va para largo y la crisis de Estado ha llegado a la Corona, a lo más alto. En el cabreo popular hay sentimientos nobles y lógicos, y especuladores del caos y de la sinrazón de lo público. Es difícil distinguirlos, pero lo importante ahora es si esta catástrofe servirá para reconducir una política que valía en la práctica de poco y que solo alimentaba los peores monstruos. En este momento extremo, una y otros han quedado a la vista. Nuestros líderes políticos han de tomar nota y cambiar por completo de actitud, o la riada se los llevará por delante. Y con ellos la credibilidad de lo público.