Editorial ABC
- El presidente electo derrota en delegados y votos a la candidata de los demócratas, y los republicanos dominaran el Senado, la Cámara de Representantes y el Tribunal Supremo
Donald Trump ha obtenido una notable victoria en las elecciones norteamericanas y será el 47º presidente de los Estados Unidos. En primer lugar, su triunfo ha sido más amplio y rotundo que lo que vaticinaban las encuestas. En segundo, ha provocado una auténtica revolución en el voto de las minorías sociales que tradicionalmente apoyaban a los demócratas. Y en tercer lugar, ha dado un ejemplo de resiliencia al volver a ganar la Presidencia tras haber sido desalojado de la Casa Blanca después de su primer mandato, hazaña de la que sólo existía un precedente, el de Grover Cleveland en 1893. Es una victoria mucho más importante que la de 2016 y la prueba es que esta vez ha vencido en votos y delegados, y que los republicanos dominarán el Senado, la Cámara de Representantes y el Tribunal Supremo. Su poder presidencial no tendrá más contrapeso que el de la Prensa.
Pero este retorno de Trump no habría sido posible sin los desaciertos de los demócratas. La vicepresidenta Kamala Harris acabó siendo un globo inflado por los medios de comunicación demócratas, la industria de Hollywood y los círculos ilustrados de la universidad americana, pero que carecía de verdadera raigambre popular. Harris se limitó a denunciar que Trump era una amenaza para la democracia, con lo que ganaba debates, pero perdía elecciones como ya había demostrado en las primarias de 2016. A la cuenta de los errores demócratas hay que apuntar la desilusión causada por la gestión de Joe Biden, el devastador impacto de la inflación que fue una secuela de la pandemia, pero sobrealimentado por las medidas de expansión fiscal de los demócratas, y la oscura manera en que el actual presidente fue apeado de la reelección con la intervención estelar de los Obama, otra familia política que busca convertirse en una dinastía como la de los Kennedy.
Uno de los aspectos más relevantes de la votación de ayer es la forma en que Trump ha revolucionado el voto de las minorías, demostrando que el sufragio conservador puede arraigar en los sitios más inesperados. El presidente mejoró su votación entre los jóvenes –hombres y mujeres– y los hombres negros e hispanos. Este último grupo, que apoyó masivamente a Biden en 2020, se ha hecho trumpista pese a la actitud del republicano hacia los inmigrantes, demostrando que en este fenómeno concurren más factores que los que habitualmente se ponen sobre la mesa. La victoria del republicano deja muy tocado el discurso ‘woke’, que había conseguido suplantar en la izquierda los viejos argumentos racionales por nociones tribales y étnicas que no hacen más que enmascarar intereses de parte.
El triunfo de Trump, que puede ser una buena noticia para Estados Unidos –«vamos a arreglar todo lo que está mal en este país», dijo en la hora de la victoria–, no lo es para Europa. Dadas sus relaciones con Vladímir Putin, el conflicto de Ucrania entra en una etapa de gran incertidumbre. El proyecto europeo tendrá ahora que madurar a la fuerza, sobre todo en el ámbito de la Defensa. Su política comercial, con la aplicación masiva de aranceles, puede desencadenar una recesión mundial. También es incierta la forma en que evolucionarán las tensiones con China. Y es un misterio lo que hará con la crisis de Gaza. Netanyahu les tenía tomada la medida a Biden y Harris, pero con el promotor de los Acuerdos de Abraham es distinto. Este insólito viaje de Trump hacia el poder total en Estados Unidos ha estado jalonado por sus casos judiciales y por un intento de asesinato que perfilan a un líder de modales muy reprochables, pero con una conexión popular que no se puede ignorar.