Editorial-El Correo

  • La ruptura del Gobierno de coalición muestra que la política pequeña también condiciona al país del que depende la UE más que nunca

El canciller Olaf Scholz ha destituido al ministro de Finanzas alemán y líder del Partido Liberal, Christian Lindner, ante las reiteradas e irreconciliables diferencias en materia económica entre los socios del Gobierno. Ese gesto de autoridad anuncia el final de la coalición entre los socialdemócratas, los Verdes y el FPD inaugurada en 2021, cuya gestión se ha visto lastrada por los encontronazos internos, y aboca a la primera potencia europea a un adelanto de las elecciones en medio de una persistente recesión. El choque en torno a si para salir de ella es preferible un mayor gasto público, como sostienen los grupos mayoritarios de la alianza, o un drástico recorte y una rebaja de impuestos -la alternativa de Lindner- ha acabado con un experimento fallido que ha desgastado sobremanera a las tres formaciones integrantes del Ejecutivo, muy por debajo en expectativas de voto de los democristianos y de la ultraderecha.

La disolución del Parlamento es un proceso complejo en Alemania, que Scholz pretende forzar sometiéndose a una moción de confianza en enero, de la que con toda probabilidad saldrá derrotado. El líder del SPD aspira a salir políticamente victorioso de esa estratagema con la vista puesta en una cita con las urnas en marzo tras los estrepitosos reveses sufridos en recientes comicios regionales que le han puesto contra las cuerdas. Un calendario que tendría sentido si, mientras tanto, se mostrase capaz de ganar tiempo al tiempo contando con la anuencia transitoria de la CDU. Pero dos meses y medio de ‘impasse’ para acabar convocando elecciones no pueden aportar más que inestabilidad y una incierta recolocación de los partidos en liza.

Una campaña en este contexto no parece la mejor idea para restablecer la confianza entre los alemanes. Y entre los europeos, cuando el regreso de Donald Trump con todos los poderes a la Casa Blanca coincide con que tres de los primeros países de la UE -Alemania, Francia y España- no muestran más que un aprobado raspado a riesgo de suspenso en gobernabilidad y un cuarto -Italia- está en manos de Giorgia Meloni. El SPD de Scholz y la CDU de Friedrich Merz rehúyen la ‘gran coalición’ con el primero pensando en que unas semanas más en la cancillería podrían darle opciones y el segundo pidiendo que se acorten los tiempos al saberse favorito en las encuestas. La política pequeña está presente también en la potencia de la que depende toda Europa hoy más que nunca.