La vieja obsesión de Putin que no para de reclamar que el hundimiento de la URSS y sus satélites fue la mayor catástrofe geopolítica mundial del siglo XX
Parece que en las elecciones americanas los únicos que acertaron fueron las casas de encuestas, tan amplias en el mundo anglosajón. Las empresas electorales, por el contrario, apostaron hasta el final por un empate casi infinito entre Trump y Kamala Harris, que daba pie a que el resultado electoral tuviera que obtenerse a lo largo de días, como ya pasó en las elecciones de 2020.
Pero no, la victoria de Trump fue realmente una barrida, consiguiendo los estados bisagra, uno detrás de otro. La primera conclusión es que Trump vuelve al mando con todo el poder. Tiene la mayoría en el Senado, también en el Tribunal Supremo (nuestro Tribunal Constitucional) y pelea por la mayoría en la Cámara de Representantes. No es fácil ver un derrotado en 2020, que indujo el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021 con tal capacidad de reconquistar el voto popular: más de cinco millones de votos sobre Kamala Harris. Y eso, haciendo caso omiso a la cantidad de causas en las que ha sido ya condenado, un caso inédito en la historia americana. Tal vez, el pueblo americano ha querido apartarse de forma terminante de tanta política woke e identitaria, tan alejada de una mínima realidad.
El Washington Post detectó en su primer cuatrienio (2017–2021), 32.000 mentiras proferidas por Trump en su primera presidencia. No es fácil, es tanto como decir que cuando se pone a hablar ya está mintiendo. Se avecina una crisis en el Partido Demócrata. El viejo Partido Atrapalotodo (Catch All Party) desde hace décadas -quizá salvando la presidencia de Ronald Reagan- fracasó de forma estruendosa. Las minorías -desde los jóvenes, a las mujeres, a los latinos- se han inclinado por Trump. Que a su vez, ha reducido las distancias que le sacó Biden en 2020 incluso entre los negroafricanos. Esta vez, la base electoral de Trump no se ciñó, a diferencia de 2016, al varón blanco. Fue mucho más allá.
Es posible que fuera demasiada tarea el intento de reinvención del Partido Demócrata en tan pocos meses. En junio pasado, todo el mundo asistió a un debate Trump–Biden en que éste daba muestras evidentes de senilidad, de incapacidad para presidir esa nación. A partir de ahí, aprisa y corriendo, se consiguió que Biden se echara a un lado, entronizando como candidata a Kamala Harris, que, por otra parte, venía de ostentar una presidencia bien gris.
Hemos asistido a una campaña bronca -Trump es especialista en ello-, donde, a su decir, en Springfield la gente se comía a los perros y a los gatos; donde los portorriqueños pertenecían a una isla de basura; y eso después de que en la pandemia del Covid pretendiera que esa epidemia se podía combatir tomando lejía, da idea del personaje que se dispone a volver a la Casa Blanca el próximo 20 de enero.
Pero además de que ese bocazas estrafalario e inagotable ha conseguido barrer a Kamala Harris, otras cosas nos deben preocupar, y mucho.
La vieja obsesión de Putin que no para de reclamar que el hundimiento de la URSS y sus satélites fue la mayor catástrofe geopolítica mundial del siglo XX
Desde luego, a Europa, donde lo que se avizora es una política arancelaria que nos limitará más aún; puede que estemos en el camino de que se abra una guerra comercial. También, a Rusia, con quien puede pactar el fin de la guerra de Ucrania, a costa de que Rusia pueda extenderse da igual en los estados bálticos, en Moldavia o en Georgia. La vieja obsesión de Putin que no para de reclamar que el hundimiento de la URSS y sus satélites fue la mayor catástrofe geopolítica mundial del siglo XX. Y desde luego también en el reforzamiento de una extrema derecha encabezada por el líder húngaro Orban a la que se han sumado alegremente gente como Le Pen o Vox en España que, objetivamente, buscarán una salida militar para Rusia. Sí, Europa ya puede despertar antes de quedar en ningún sitio. O puede ser que esa política arancelaria que anuncia Trump contribuya a que empresas europeas se vean obligadas a implantar más fábricas en América. Todo un gesto de decadencia para nosotros. Y ello sin hablar de la OTAN, y de la escasa, por no decir nula, voluntad de Trump de defenderla.
Más difícil será su propósito de deportar a más de once millones de inmigrantes, la inmensa mayoría latinos. No lo hizo en su primer mandato, y es difícil que lo veamos en su segundo. La guerra comercial con China se adivina en el horizonte, también en formato de políticas arancelarias.
Pero lo peor es comprobar a un autócrata, el hombre que indujo al asalto del Capitolio el 6 de enero de 2021. Hoy ya no es necesario ese asalto, la victoria electoral ha sido rotunda. Pero queda el personaje incapaz, durante estos cuatro años, de asumir que perdió las elecciones presidenciales de 2020.
Hay algo en la victoria de Trump que recuerda la espléndida novela de Philip Roth “La conjura contra América”, una ucronía basada en la supuesta derrota del Presidente Franklin Delano Roosevelt en 1940 a manos del antisemita y filonazi Lindbergh. Que ni la ucronía ni esa aberración se produzcan en la realidad. Y, sobre todo, que los disparates en que pueda incurrir semejante personaje, no nos saque del carril democrático a los demás.