Kepa Aulestia-El Correo
La secuencia previa y las actuaciones posteriores a que se desatara la dana apuntan a la concurrencia de responsabilidades políticas que cada día que pasa parecen más difíciles de eludir. La política convertida fundamentalmente en comunicación disuade a los líderes y, por ello mismo, a quienes están a su alrededor de transmitir malas noticias. Ocurre además que en todas las recesiones económicas, catástrofes naturales y atentados de las décadas de la comunicación se ha constatado una conversación trucada entre las autoridades políticas y los expertos más o menos independientes. La pregunta llave para las primeras siempre es la misma: «Pero, ¿puede que no sea para tanto? Pero, ¿puede que la dana pase de largo o acabe siendo otro aguacero más?». Seguro que alguien se vio en la obligación de responder afirmativamente en Valencia y en Madrid. Son las preguntas que la política partidaria se hace a sí misma las que determinan los acontecimientos.
La propia existencia de serias dudas sobre el proceder institucional en medio de un desastre anunciado, aunque nadie pudiera prever tal tragedia, da lugar a una situación más que comprometida. Cabe pensar que una dimisión en estos momentos del presidente Carlos Mazón y de la consejera Salomé Pradas, o del presidente de la Confederación Hidrográfica del Júcar –a modo de fusible del Gobierno central– no servirían para mejorar la situación de los afectados. Una moción de confianza por parte de quien ha pospuesto al próximo jueves su comparecencia ante las Cortes Valencianas tampoco valdría para eso. Aunque, por otra parte, la inevitable desconfianza ciudadana hacia el comportamiento de los que ostentan responsabilidades máximas tampoco es la mejor condición para que continúe afrontándose, bajo el liderazgo institucional que requieren servidores públicos y voluntarios, una tarea titánica contra el barro y por la reconstrucción. Un negocio este último tan apetitoso que la gestión de los fondos públicos requeriría tanta celeridad como cuidado. Ni siquiera la presunción de que Mazón y Pradas se empeñarán en despejar dudas volcándose concienzudamente para sacar a Valencia de la dana resulta tranquilizadora porque, probablemente, dé lugar a un empeño entre impostado y evasivo.
Dimitir se encuentra tan lejos de lo imaginable en la política española, tan lejos de lo prudente para los intereses del partido que sea, que en el caso de quien preside un Ejecutivo exigiría unas elecciones inmediatas. Lo que añadiría una riada partidista incontrolable a la incertidumbre que resulta de la dana. Dimitir se encuentra tan lejos de lo imaginable entre nosotros que ni en las normas ni en los usos existe posibilidad alguna de sustituir al dimitido por alguien que pueda hacer frente a una crisis inaplazable durante un tiempo tasado. Junto a la revisión de los protocolos de avisos, alarmas y alertas, y su necesaria sujeción a criterios científicos y técnicos, convendría proceder a un cambio cultural que legalmente no deje un Gobierno en el aire, como podría encontrarse hoy o mañana mismo el de la Generalitat valenciana.