Ignacio Camacho-ABC
- La negligencia de Mazón obliga al PP a asumir responsabilidades para marcar diferencias deontológicas con Sánchez
La torpeza negligente de Mazón ha abierto al Gobierno la salida de escape que buscaba desde el primer momento. El sanchismo dispone ahora de la coartada que buscaba, el relato exculpatorio perfecto, y con su indiscutible hegemonía de la conversación pública está dispuesto a asfixiar al presidente valenciano con la soga que él mismo se ha anudado al cuello. Le quieren montar, le están montando ya un Prestige con muertos. La secuencia de fallos de la catástrofe ha generado una sacudida antipolítica –«sólo el pueblo salva al pueblo»– parecida a la de la recesión de 2008-2012, de la que surgieron el 15-M y Podemos porque la izquierda sabe pescar en esa clase de ríos revueltos. Ese malestar es combustible y el injustificable almuerzo del día maldito se ha convertido en la chispa para prender un incendio en el que se abrase la derecha mientras el socialismo protector y benéfico aparece con la chequera para repartir dinero. El Partido Popular, que tiene en Valencia uno de sus bastiones estratégicos, va camino de perderlo si persiste en la idea de no soltar lastre a tiempo.
El plan de sostener a Mazón al menos durante la fase más dura de la reconstrucción puede parecer razonable, pero su permanencia al mando de la Generalitat obstaculiza la imprescindible petición de cuentas a Sánchez y le ofrece un burladero donde esconder sus propias responsabilidades. Que son muchas y muy importantes, desde la demolición sistemática de los diques fluviales hasta la terrible frase que lo retrató haciéndose de rogar en el socorro de la catástrofe, pasando por la confusión en los partes meteorológicos, la tardanza cicatera en enviar a los militares o la negativa a declarar el estado de alarma ante el evidente colapso de las autoridades regionales. Todo eso, sin embargo, rebotará cuando le exijan explicaciones contra la indefendible imagen del líder autonómico en un restaurante mientras las aguas comenzaban a desbordarse. El intento de ocultar esa cita favorece su señalamiento público como culpable.
La dirección del PP sólo puede afrontar esa debilidad de una manera, y es la de marcar distancia ética. Asumir los errores y demostrar que existe un modo digno y juicioso de afrontar sus consecuencias. La operación de relevo institucional tiene contraindicaciones severas, pero siempre resultarán menos gravosas que el problema de mantener a un dirigente abrasado, enredado en sus contradicciones internas y con muy endebles argumentos de autodefensa. Sánchez no se va a inmutar porque carece de escrúpulos pero la oposición está obligada a ponerlo frente al espejo de una alternativa resuelta a actuar con coherencia, honestidad y limpieza. Primero por respeto a los damnificados de la tragedia, y luego porque sólo así será posible que el conjunto de los ciudadanos españoles entienda que no todos los políticos son iguales y pueda distinguir las diferencias.