- Una izquierda que, como es sabido, ha devenido woke en su práctica totalidad y a la que, en justicia, podríamos negarle su derecho a ostentar la etiqueta, puesto que todas sus causas son actualmente, a poco que se examinen con cuidado, profundamente retrógradas
Es criterio mayoritario de mis gentiles comentaristas la conveniencia de engrosar el glosario woke con nuevos y numerosos términos que, a mi entender, cumplen las condiciones mínimas para su inclusión. Esto es: significar cosa muy diferente a la esperada, a la aparente o a la que antes significó, por un lado; ser del gusto de la izquierda, por el otro. Una izquierda que, como es sabido, ha devenido woke en su práctica totalidad y a la que, en justicia, podríamos negarle su derecho a ostentar la etiqueta, puesto que todas sus causas son actualmente, a poco que se examinen con cuidado, profundamente retrógradas. Pero es el caso que, hechas las necesarias y justas excepciones, como mi admirada Paula Fraga, marxista ‘antiwoke’, a nadie con una cierta talla intelectual y/o dignidad personal le interesa lo más mínimo reivindicar para sí el título de izquierdista. Por desinterés pues, o por falta de dimensiones sustantivas de los eventuales optantes con mérito, dejamos que los woke se llamen izquierda. Les avala la herencia de siglas tan prestigiosas como PSOE o PCE, y también la injustificada sensación de superioridad moral. Todo lo demás lo tendrían en contra, empezando por su palmaria falta de interés en leer algún libro. Aunque fuera de Poulantzas o de Althusser, que en un sedicente izquierdista no queda mal.
Vamos sin más preámbulo con algún término nuevo que cumple con los dos requisitos. Una advertencia antes de seguir: si mis estimados lectores comentaristas siguen reclamando una ampliación, les daré el gusto. Lego que no se quejen.
Sostenible. Una de los pocas palabras en español que no quieren decir nada. (Las otras tres también tienen méritos para constar en el glosario woke, y es posible que lo hagan si seguimos con esto). Al no significar nada en absoluto, corremos el riesgo de despreciar el término. Sería un error. Del mismo modo que los asaltadores de viviendas acostumbran a dejar una marca en la puerta de entrada del hogar de interés, o cerca de ella, los innúmeros chupópteros de la Administración Pública han desarrollado esa costumbre para entenderse con sus compinches en el correspondiente Ayuntamiento, Diputación, Comunidad Autónoma, Estado europeo, etc. Si el caco deja, por ejemplo, un triángulo que en el hampa se interpreta como «Hay portero», el chupóptero de cualquier ámbito dejará la marca con apariencia de palabra que se dibuja así: SOSTENIBLE. Ustedes ven letras de forma inevitable. Ellos ven que es uno de los suyos el que reclama subvención, financiación europea, prebenda provincial o cualquier otro tipo de morterada pública. El problema surgió cuando todos se enteraron de que poniendo esa marca que parece una palabra se obtenía ventaja, de modo que en un período muy breve de tiempo no hubo proyecto que no llevara la marca SOSTENIBLE. Como es lógico, dejó de ser una ventaja para convertirse en una exigencia burocrática más, en un automatismo. Si no aparecía la marca, la palabra aparente, la voz sin significado, estabas fuera. ¿Y quién quiere estar fuera?