Juan Carlos Girauta-El Debate
  • Votar a la izquierda a estas alturas significa no atreverse a saber. Y vivir de ser de izquierdas significa subirse a esa cobardía ajena y echarse a dormir. Basta de vez en cuando con abrir un ojo en su siesta interminable y balbucir «cambio climático, cambio climático, negacionistas…». Y vuelta a los brazos de Morfeo

Sánchez, Ribera, Marlaska y Robles son responsables de centenares de muertes. Sus culpas son imperdonables y vienen encadenadas, siendo el primer eslabón el lamentable desinterés inversor en infraestructuras, y cayendo el último, por supuesto, en el comodín climático. En medio, flanqueados de muchos eslabones previos y posteriores, está el más reprobable, el que atañe directamente al autócrata por fallar en lo que constituye su primera y principal obligación. Pudiendo y debiendo actuar de inmediato, como en su día hizo Felipe González sin que nadie en aquel PSOE prepodrido planteara la más mínima duda competencial, Sánchez debió salir en defensa de las vidas y haciendas de aquellos que se vieron azotados por la cíclica gota fría, cuya periodicidad se mantiene invariable, impertérrita, ajena a lo humano, desde que tenemos registros. Y los geólogos tienen los más antiguos. Durante la pequeña edad de hielo, entre los siglos XIII y XIX, las gotas frías hicieron lo suyo, lo de siempre, con las consecuencias que los archivos inmemoriales del Levante recogen una y otra vez.

He tenido que sufrir los discursos de un puñado de indocumentados comunistas, socialistas, filoetarras y nacionalistas valencianos (quiero decir pancatalanistas) que se ponen muy serios, simulan estar al borde de la lágrima y señalan al comodín del cambio climático para que la masa a la que siguen engañando mire a la luna de Valencia, cuando de Valencia deberían mirar el barro que se ha tragado a tantos. Allá aquel a quien los deditos de la cochambrosa izquierda le sigan engañando. Precisamente gracias a la razón y a la ciencia podemos desembarazarnos de esa facilidad crédula y conveniente que permite no preocuparse de saber. Por ir al clásico, votar a la izquierda a estas alturas significa no atreverse a saber. Y vivir de ser de izquierdas significa subirse a esa cobardía ajena y echarse a dormir. Basta de vez en cuando con abrir un ojo en su siesta interminable y balbucir «cambio climático, cambio climático, negacionistas…». Y vuelta a los brazos de Morfeo.

Los tiempos están cambiando, por suerte. Está claro que Europa no tiene la fuerza suficiente para salir de su modorra moral. Pero la fortuna ha traído a Trump. Ha traído porque un presidente de Estados Unidos nos afecta a todos. Siempre ha sido así, y, en la era de las redes, más que nunca. Los pusilánimes pueden esperar unos meses, ni siquiera un año, para empezar a decir lo que piensan de verdad sin temor. ¿Cómo no le van a perder el respeto a La Secta y sus matones embusteros cuando El País está a punto de caer en el mismo descrédito que los medios mainstream estadounidenses, los de verdad? Pueden fabular todos los bulos que quieran. Los culpables de la tragedia se llaman Sánchez, Ribera, Marlaska y Robles. Y sus relatos encubridores no funcionarán esta vez. Les espera el banquillo. Les acompañará la vergüenza. La Justicia y la historia los sentenciarán. Si Sánchez necesita alguna ayuda, que la pida, que no se la daremos.