Editorial-El Debate
- El presidente electo de EE UU prepara un Gobierno compuesto por fieles a ultranza con los perfiles más duros del conservadurismo
El encuentro de ayer en la Casa Blanca entre Joe Biden y Donald Trump forma parte de una tradición con la que se inicia un traspaso de poderes que debería ser pacífico y ordenado, algo a lo que ambos se comprometieron pero está por ver. La cita entre el todavía presidente de Estados Unidos y su sustituto a partir del 20 de enero constituye un signo de normalidad democrática, pese a sus abismales diferencias, después de que el líder republicano se negara hace cuatro años a recibir en el Despacho Oval al legítimo ganador de las elecciones al no reconocer ese triunfo, una cerril actitud que todavía mantiene contra toda evidencia. El tono educado de la reunión no oculta el giro radical que se dispone a dar EE UU tras la contundente victoria en las urnas del exmandatario, a quien su anfitrión invitó a no abandonar a Ucrania y confió informes de los servicios secretos.
Trump perfila un Gobierno y un equipo de colaboradores en los que priman por encima de todo la absoluta lealtad y los perfiles ideológicos más duros dentro del conservadurismo. Una Administración repleta de fieles ‘halcones’ y sin interferencias de un Partido Republicano rendido a sus pies. De esa forma aleja el riesgo de que, como ocurriera en su primer mandato, altos cargos cuestionen controvertidas decisiones de muy dudosa legalidad como algunas de las que ha anunciado. Un buen ejemplo es el nombramiento como secretario de Defensa del presentador de la Fox Pete Hegseth, con un pasado militar de escaso rango. La designación no confirmada de Marco Rubio al frente de la Secretaría de Estado y las oficiales de Elise Stefanik como embajadora ante la ONU -una organización contra la que ha arremetido ferozmente- y de Mike Waltz como consejero de Seguridad Nacional anuncian un pulso sin cuartel de imprevisibles consecuencias con China e Irán, y un cierre de filas total con Benjamín Netanyahu en Israel.
El fichaje de Elon Musk para dirigir el llamado Departamento de Eficiencia Gubernamental, al que el hombre más rico del mundo llega con la promesa de «hacer temblar el sistema» con draconianos recortes en la Administración, es un magnífico retrato del burdo populismo de Trump y una posible fuente de conflictos de intereses con uno de los mayores donantes de su campaña y, además, dueño de Tesla, X o SpaceX. La ausencia de contrapesos con la que arrancará su mandato pondrá a prueba la fortaleza de la democracia norteamericana.