Juan Carlos Viloria-El Correo
- La riada de Valencia demuestra que habría que ocuparse más del tiempo y menos del clima
Es una incongruencia que los climatólogos nos estén advirtiendo todos los días de los peligros del cambio del clima, de sequías o inundaciones, de enfriamientos, calentamientos, de capas de ozono y lluvia ácida pero cuando llega algo como lo de Valencia, ni están, ni se les espera. Nadie advirtió, ni de lejos, un fenómeno metereológico a la vista en los cientos de satélites y tecnología punta que, sin embargo, nos ofrecen precisas predicciones semanales en los móviles. Anuncian lo que luego nunca se produce y están despistados cuando se desatan trágicos fenómenos del tiempo. Dicen que llegará el desastre climático pero son incapaces de acometer las obras de infraestructura para encauzarlo. Claro que tiene a mano siempre la solución mágica: acabar con el CO2.
Hasta el presidente Sánchez se ha presentado en la cumbre del clima como climatólogo asegurando que lo de Valencia es el resultado del cambio climático. Perfecto. Es la manera de eludir responsabilidades. Quizás sería mejor ocuparse más del tiempo y menos del clima. El clima se evalúa en ciclos de cientos y miles de años mientras el tiempo cambia en horas y afecta directamente a la vida. Ahora sabemos que los funcionarios de la Confederación del Júcar pasaron por alto que el barranco del Poyo la noche del 29-O estaba multiplicando de forma exponencial su caudal y se convirtió en el arma de destrucción masiva. Coincidiendo con la celebración de la Conferencia del Clima, COP 29 en Baku, un climatólogo reconocido, Stefan Rahmstorf ya advierte de que : «el colapso de la corriente oceánica atlántica provocaría un clima extremo sin precedentes en Europa». Para echarse a temblar, si no fuera porque el último colapso ocurrió hace once mil años y este, calculan, que podría suceder dentro de cien años.
Pero cada vez se alzan más voces que alertan frente al catastrofismo profesional dedicado drenar fondos privados y públicos para mantener organizaciones que deliberadamente ocultan los buenos datos y extrapolan los negativos. Bernard Alliot portavoz de la organización Acción Ecológica ya ha denunciado el discurso catastrofista de las oenegés medioambientales como WWF. Según él, la ecología se ha convertido en una religión y ya no se les puede dar crédito. Llevan 50 años asegurando que la población de animales vertebrados salvajes ha caído en un 73% y que está en peligro nuestra supervivencia y la de nuestro planeta, cuando los datos de sus propios observatorios demuestran que por el contrario esa población está creciendo. Cuando nacieron las grandes oenegés fueron de gran utilidad porque no había la mínima protección reglamentación. «Ahora son mastodontes y no saben que inventar para captar la atención y los fondos para perpetuarse», ha denunciado Alliot. Quizás está poniendo el dedo en la llaga.