Ignacio Camacho-ABC

  • Se presentó como si fuera su propio relevo, alguien que llegase de nuevas a hacerse cargo de responsabilidades ajenas

Había anunciado Feijóo en la víspera que la comparecencia de Mazón reconciliaría a los ciudadanos con la política, pero el larguísimo alegato del presidente valenciano defraudó las expectativas. Pidió disculpas genéricas y describió o sugirió responsabilidades compartidas, diluyendo las suyas en la confusa información de la confederación hidrográfica y los servicios de meteorología. Tras reconocer numerosos errores en la prevención y respuesta a la emergencia, achacándolos a fallos del sistema, se presentó como el encargado de liderar la recuperación de la tragedia. Como si fuese su propio sucesor, alguien que llegase de nuevas a hacerse cargo de las consecuencias de una ristra de pifias ajenas.

Ese hombre que parecía recién aterrizado para afrontar un reto crítico hizo un relato de hechos tan detallado como prolijo, aunque opaco respecto a las horas –y el motivo– en que su fantasmal predecesor estuvo desaparecido. Insistió en el carácter anómalo, imprevisible, de una tormenta cuya intensidad superó todos los protocolos preventivos; prometió nuevos procedimientos de seguridad y de aviso, anunció una remodelación del Gabinete autonómico y solicitó al Gobierno central apoyo financiero y político. Incluso cuando manifestaba propósito de enmienda, la primera persona del plural lo distanciaba de sí mismo. El inobjetable programa de reconstrucción que presentó era el de un discurso de investidura de un gobernante recién elegido.

Eso sí, leyó con un tono de humildad acorde con las circunstancias y un aplomo distinto del aire abrumado de las dos últimas semanas. Está decidido a resistir porque sabe que la operación de sustituirlo es muy complicada, y hasta es probable que se crea en condiciones de recuperar la confianza si logra que la otra tormenta, la política, afloje o decaiga. En el debate posterior se permitió estirar su horizonte hasta las próximas elecciones, como si la decisión de volver a encabezar la candidatura fuese suya. Habida cuenta de que las dimisiones en diferido no funcionan nunca, esa declaración de continuidad indefinida barrunta un desafío al partido que no se ha atrevido, por prudencia o por falta de autoridad, a exigirle la renuncia.

Se puede entender que el contexto actual no sea el más indicado para relevarlo. Que la prioridad obliga a estabilizar al Ejecutivo regional para no perjudicar más a los damnificados con otra demora en la reparación de los daños. Sin embargo, incluso desde esa perspectiva resulta dudoso que convenga dejar la dirección de ese trabajo en manos de un dirigente achicharrado, sin capacidad de liderazgo por culpa de su inexplicable e inexplicada ausencia en un momento dramático. Lo sepa o no Mazón, su cuenta atrás ha comenzado. Y lo sepa o no Feijóo, la depuración de los errores tampoco admite mucho retraso. Salvo que prefiera esperar que sean los votantes quienes la lleven a cabo.