El jueves mientras se anunciaba el nombramiento del antivacunas y negacionista de tantos avances científicos Robert Kennedy Jr. como próximo secretario de Salud de Trump, di un bote en mi asiento del Noel Coward Theatre de Londres.
Estábamos viendo la versión teatral del mítico Doctor Strangelove de Kubrick, en adaptación del genio de la sátira política Armando Ianucci (In the loop, La muerte de Stalin), cuando llegó, sin cambiar una coma, el diálogo original con que el general loco que manda sus bombarderos nucleares hacia Rusia justifica la decisión que provocará la extinción del planeta.
«¿Tu sabes por qué los comunistas nunca beben agua, sólo vodka?», le pregunta a su sorprendido asistente. «¿Has oído hablar de la fluorización del agua? La fluorización del agua es la conspiración comunista más monstruosa y peligrosa… Lo vienen haciendo desde 1946, coincide con la conspiración comunista de la postguerra. Una sustancia extranjera está siendo introducida desde entonces en nuestros fluidos sin nuestro consentimiento… Lo he notado en el acto sexual…»
Pero no es para que nos lo tomemos a risa. Y los periodistas menos que nadie.
Durante la campaña de las legislativas del 22, Trump bromeó truculentamente sobre cómo violarían los demás presos a los reporteros a los que proponía encarcelar por no revelar sus fuentes. «Cuando se den cuenta de que pronto van a ser la ‘novia’ de otro recluso, enseguida dirán quién es el que se lo contó… Y al editor le pasará lo mismo y a los directores también».
Hay que reconocer que las amenazas de Sánchez a la prensa no han adquirido ese tono soez, pero es significativo que la restricción del secreto profesional sea uno de los objetivos incluidos en el Plan de Acción del Gobierno, fruto de los cinco días de «reflexión» en los que Sánchez diseñó su estrategia frente a la investigación penal contra su esposa.
El acoso a la propiedad de los medios también está siendo un denominador común entre Donald Trump y Pedro Sánchez
De hecho, si durante este año electoral han quedado registrados más de cien ataques a la prensa por parte de Trump, en el tiempo transcurrido desde aquel ejercicio victimista de abril Sánchez y sus ministros no le han ido mucho a la zaga.
Expresiones como «fake news» o «pseudomedios» han aparecido continuamente en boca de ambos dirigentes para identificar a sus críticos. La única diferencia es que Trump los asimila a «liberales» y «comunistas» y Sánchez a la «extrema derecha» y la «derecha extrema».
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El acoso a la propiedad de los medios también está siendo un denominador común. Trump amenaza con no renovar las licencias de radio y televisión a los grupos hostiles, con privar de contratos públicos a los editores con intereses en otros sectores y con poner demandas multimillonarias a quienes, según él, le difaman.
Así es como ha conseguido asustar a Jeff Bezos y obligarle a neutralizar a The Washington Post durante la campaña, hasta el extremo de renunciar a apoyar editorialmente a la candidata demócrata. Así es como ha catapultado al «estrellato» -en todos los sentidos del término- al peligroso Elon Musk como premio a la adquisición y manipulación de la antigua Twitter. Y así es como intenta amordazar a The New York Times, pidiéndole 10.000 millones por daños y perjuicios.
La Secretaría de Estado de Comunicación ha diseñado un «algoritmo fake» que excluya de las campañas ministeriales de publicidad institucional a los medios que considera hostiles
Sánchez ha pasado igualmente de las palabras a los hechos y, de la misma manera que ordenó a Antonio Camacho, abogado de Begoña Gómez, que se querellara contra el juez Peinado, también ha ordenado a la Secretaría de Estado de Comunicación centralizar la distribución de la publicidad institucional.
¿Para qué? Para diseñar un «algoritmo fake», más enrevesado que el del tratamiento de la hiponatremia, que excluya de las campañas de los ministerios a los medios que considera hostiles.
Ya está ocurriendo. A base de combinar baremos extravagantes en una proporción suficiente para neutralizar el peso del número de usuarios, el promedio diario o la frecuencia de lectura.
Ay del medio que alegue que desde el estallido del ‘caso Ábalos’, «Sánchez ya no es un político limpio», que el Gobierno tiene una grave responsabilidad por no haber declarado la Emergencia Nacional en Valencia, que el presidente se comportó de forma reprobable al dejar solo al Rey en Paiporta o que el mail de la directora general Cristina Alvárez, presionando a Reale para que pagara la cátedra de Begoña, es de una gravedad extrema. El periódico que publique todo eso no recibirá ni un euro.
No digamos nada si ese medio se atreve a ofender al presidente permitiendo que un malvado (y excelso) dibujante unte con crema solar su relación con Aldama para evocar la foto de hace treinta años de Feijóo con aquel narco, sobre la que tanto insisten el Gobierno y el PSOE. Sin que sean capaces, por cierto, de extraer corolario denigratorio alguno.
Podrá darse la empresa editora con un canto en los dientes si un sacrilegio así no le depara una fuerte sanción económica bajo el peso de la reforma de la ley de protección del honor también en marcha. O si hasta esa viñeta no es sometida al nuevo derecho de rectificación, obligando al dibujante a publicar otra aburridamente untuosa para Sánchez.
Incluso si ese medio lidera durante quince meses consecutivos el ranking del medidor oficial del sector en número de usuarios, audiencia media diaria, número de páginas vistas y número de visitas, sus lectores se verán privados del derecho a recibir información de servicio público de los ministerios.
Ya puede la agencia adjudicataria del concurso público aplicar el propio pliego de condiciones con criterios de eficacia, que ese medio resultará tachado por el lápiz rojo de la SEC y donde ponía «57.000 €» aparecerá un cero patatero. A ver si cerrándoles el grifo doblegan la rodilla.
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El escándalo ha estallado esta semana en el portal especializado Dircomfidencial, a través de la indignada denuncia de las agencias de medios. Cuando la programación de las campañas llega a la Moncloa, los medios críticos desaparecen. A estos, nada. Fuera. Cancelados. Lo manda el presidente.
Parece también un chiste, pero no lo es. Como en tantos otros ámbitos, el Gobierno reivindica criterios europeos de rendición de cuentas, pero convierte la publicidad institucional en la más blindada de las cajas negras.
Aunque estaba presupuestado un gasto de 138 millones, su ejecución ha permanecido congelada hasta que la SEC tuviera listo su «algoritmo fake»
En sus primeros cinco años en el cargo, Sánchez gastó más de 300 millones por ese concepto, prácticamente el doble que Rajoy en seis. Por mucho que se requieran formalmente los datos a través del Portal de Transparencia, nadie ha logrado averiguar cuánto recibió cada medio en cada ejercicio.
Este año estaba presupuestado un gasto de 138 millones, pero su ejecución ha permanecido congelada hasta que la SEC tuviera listo su «algoritmo fake». Aunque no se llegue ni al 50% de cumplimiento, los medios gubernamentales se pondrán las botas con el súper aguinaldo que recibirán de aquí a final de año, mientras los incómodos nos quedaremos más caninos que Carpanta.
No hace falta esperar a la Lotería para conocer a los agraciados. Los medios que este viernes no han publicado una línea sobre ese mail que en otro país haría caer al Gobierno –»Me dice Begoña que te traslade que le encantaría que sigáis como Patronos de la Cátedra, aunque sea con una cantidad inferior»- recibirán varias series del Gordo.
El próximo ejercicio la partida superará seguro los 150 millones que, unidos a los 100 que Óscar López dedicará discrecionalmente a la «digitalización» de lo ya digitalizado, servirán a Sánchez para hacer un ‘Bertrand du Guesclin’ masivo en el sector.
El dirá que ni «quita ni pone rey» pero «ayudará a sus señores» (y a la vez siervos), intentando poner arriba a los que están abajo y abajo a los que estamos arriba. Sólo la libre decisión de los lectores obstaculizará su trumpista tropelía, pero la sombra de la prevaricación y la malversación acompañará, también en esto, a sus altos cargos.
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«La ignorancia es la fuerza», proclamaba el lema clave del Gran Hermano. Trump lo ha hecho implacablemente suyo. En su reciente ensayo Sobre la libertad, Timothy Snyder advertía acerca de lo que desgraciadamente ha empezado a consumarse en Estados Unidos:
«A la gran mentira (de que a Trump le «robaron» las elecciones de 2020) hay que sumarle la promesa de una revancha contra todos los que no la aceptaron… Trump se ha comprometido a convertir el gobierno federal en un gigantesco espacio seguro para su ficción, a despedir a los funcionarios y sustituirlos por los defensores de la mentira».
¿Cómo es posible que hayamos llegado a este desenlace electoral por muy desastrosa que fuera la estrategia de los demócratas, por muy incapaces que fueran de seleccionar a un candidato moderado con el que construir una mayoría alternativa a la trumpista?
Tanto los Estados Unidos de Trump como la España de Sánchez tienden a convertirse en lo que Applebaum llama «autocracias blandas» o «democracias iliberales», como Turquía o Hungría
La premonitoria descripción de Snyder ilustra también lo que viene sucediendo en España. En nuestro caso la falacia, machaconamente repetida, es que Sánchez «ganó» las pasadas elecciones y que de esa «victoria» surgió una «mayoría progresista» que respalda al gobierno en el parlamento. Trumpismo en estado puro.
Lo que en realidad sucedió es que Sánchez perdió por más votos y escaños de lo que lo había hecho nunca un presidente en ejercicio y luego le dio la vuelta a su derrota, comprando su investidura a un partido reaccionario con una amnistía aberrante que siempre había negado estar dispuesto a conceder.
Esta falsificación es el fruto del árbol prohibido -y podrido- de las tergiversaciones en racimo. Glosemos a Snyder:
«La gran mentira ya ha creado espacios seguros en los medios de comunicación (tanto en los públicos como en los ‘concertados’ a cuenta del erario) donde se repite una y otra vez. Fue cribando un partido político (como el PSOE que defendía la igualdad entre los españoles), hasta que sólo quedaron los creyentes empecinados, los cínicos y los estúpidos… La gran mentira justifica las leyes que entorpecen la democracia (como la ideada para controlar RTVE). Los estados promulgan leyes de la memoria (como la que se fija obsesivamente en el franquismo, pero soslaya a las víctimas de ETA) para blanquear la historia».
Si combinamos estos baremos con los de Anne Applebaum, cuando advierte de la diversidad ideológica del autoritarismo, nos daremos cuenta de que tanto los Estados Unidos de Trump como la España de Sánchez tienden a convertirse en lo que ella llama «autocracias blandas» o «democracias iliberales». Turquía, Singapur, la India, Filipinas y la Hungría de Orban nos marcan la pauta.
Cuanto más cercado se sienta Sánchez por los escándalos, mayor será el peligro de un deslizamiento hacia un trumpismo de izquierdas
Sus cuatro denominadores comunes son: a) El fortalecimiento del poder personal del líder a través una potente maquinaria política y mediática pagada con dinero público. b) La colonización y neutralización de los mecanismos de control social del poder. c) El debilitamiento del Estado de Derecho y la seguridad jurídica. d) La persecución más o menos encubierta y sañuda de los opositores.
La suma de todo ello es lo que convierte a un Gobierno en un Régimen.
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Sobre ese estado intermedio entre la democracia y la dictadura planea la advertencia de Lincoln de que «un pueblo no puede ser mitad libre y mitad esclavo». Antes o después terminará rompiendo las cadenas o resignándose a su yugo.
Por eso Snyder no se muerde la lengua: «Cualquier candidato que se presente basándose en la gran mentira aspira a alcanzar el poder por el procedimiento de acercarse lo suficiente para urdir un golpe de Estado… Votar a un gran mentiroso es votar a favor de un cambio de Régimen».
Trump prometió que si ganaba se comportaría como un dictador «el primer día de su mandato». En teoría, el 20 de enero sabremos qué significa eso, aunque los nombramientos de Tom Homan como «zar de la frontera», Elon Musk como percutor de la bomba atómica –»el nuevo proyecto Manhattan»- contra la burocracia, el investigado por abusar de una menor Jeff Gaetz, nada menos que como fiscal general, o el propio Kennedy Jr. como ‘ministro contra el Fluor’, nos dan algunas pistas.
Por lo que se refiere a España, el peligro reside en que todos los socios de Sánchez dicen querer acabar con lo que llaman el «régimen del 78» y el PSOE no deja de radicalizarse hacia esas posiciones. Cuanto más cercado se sienta Sánchez por los escándalos, mayor será el peligro de un deslizamiento hacia un trumpismo de izquierdas.
¿Qué hacer cuando el choque frontal entre el PSOE y el PP a cuenta de las responsabilidades de Teresa Ribera y Carlos Mazón en la falta de prevención ante la DANA han reverberado ya en un bloqueo de la Comisión Europea, justo en el momento en que la UE necesita cuanto antes formar un frente común tanto ante Putin como ante Trump?
El conjunto del escenario asusta, pero cada uno tiene que cumplir con su obligación. He aquí la última cita del libro de Snyder:
«La objetividad requiere instituciones como el periodismo de investigación… Para resistirnos a unas pocas grandes mentiras, tendremos que producir millones de pequeñas verdades».
No serán las obscenas trampas del sanchismo con la publicidad institucional las que disuadirán a EL ESPAÑOL de cubrir el cupo que le corresponde.