Carmen Martínez Castro-El Debate
  • Begoña Gómez nunca ha sido víctima de nada ni es la inocente «pichona» que describen sus defensores, sino una arribista de libro que intentó sacar tajada de su privilegiada posición social

Begoña Gómez se presentó esta semana en la Asamblea de Madrid con cara de ofendida y un discurso tan tramposo como los que habitualmente nos endilga su esposo. Nos dijo que ella es una mujer con una larga carrera profesional a sus espaldas víctima de una cacería política. Ella sería la damnificada, la pieza inocente que se quieren cobrar los enemigos políticos de su marido. A nadie le puede sorprender su planteamiento; no ha hecho más aplicar el manual familiar del victimismo político según el cual todo es culpa de la ultraderecha y de la desinformación. Pero los rastros que Begoña ha dejado de sus actividades demuestran lo contrario.

Begoña Gómez nunca ha sido víctima de nada ni es la inocente «pichona» que describen sus defensores, sino una arribista de libro que intentó sacar tajada de su privilegiada posición social. Sin méritos académicos o profesionales ha intentado labrarse una carrera profesional a la sombra del poder de su marido. Los responsables de las grandes empresas de España le abrieron las puertas de sus despachos porque era la esposa de quien era; por ese único motivo financiaron su cátedra y no la de cualquier otro profesional con más merecimientos que ella; por ser quien es, Begoña se convirtió en la única persona sin titulación académica capaz de dirigir una cátedra en la Complutense, previa excursión del rector por las mullidas alfombras de Moncloa; también por eso las principales tecnológicas le diseñaron un software a la medida de sus intereses y, de remate, aprovechó la infraestructura de Moncloa para utilizar a una funcionaria como asistente personal en sus negocios privados.

Será la Justicia la que determine cuántas de estas conductas son solo indecorosas y cuántas delictivas, pero en el largo historial de corruptelas patrias, jamás se había visto semejante mezcla de descaro y de ignorancia. Si Begoña fuera esa profesional acreditada que presume ser, jamás hubiera incurrido en semejante colusión entre sus intereses particulares y su condición de esposa del presidente del Gobierno.

Begoña Gómez no es víctima más que de su ambición y su osadía. Los correos electrónicos que conocimos esta semana dibujan un escenario inaceptable en una democracia avanzada. Una funcionaria, que se debe al interés público, convertida en recaudadora de lujo para las actividades privadas de la esposa del primer ministro. Por si esto no fuera suficientemente escandaloso, concluye el encargo mostrando su disposición —y la de su jefa— a colaborar con la empresa donante «en lo que necesitéis». En boca de cualquiera de nosotros esa frase no pasa de ser una fórmula de cortesía, pero cuando la dice una directora general de Moncloa en nombre de la esposa del presidente del Gobierno, su significado cambia radicalmente.

Esos correos electrónicos nos permiten entender mucho mejor otros aspectos de las problemáticas andanzas empresariales de Begoña Gómez. Las cartas de recomendación a Barrabés para ganar concursos públicos y las relaciones con Aldama o Javier Hidalgo se nos presentan con una nueva perspectiva. Todos financiaban a la esposa del presidente, porque, con correo electrónico o sin él, ella siempre estaba dispuesta a «colaborar en lo que necesitéis». Y nadie podrá decir que no cumplió su palabra.