Ignacio Camacho-ABC

  • Qué trayectoria universitaria puede pesar más que una oportuna llamada desde el palacio donde se gobierna España

La esposa del presidente del Gobierno utilizó para fines particulares a una asistente de la Presidencia del Gobierno. Es decir, se sirvió en su actividad privada de una asesora contratada a cargo del Presupuesto. Ese hecho introduce la hipótesis de malversación –uso de recursos públicos en propio beneficio– en un caso donde está investigada por apropiación indebida de un software de la Complutense y tráfico de influencias, conductas tipificadas como delito que se unen a un patente abuso de posición de privilegio conocido en términos coloquiales como enchufismo. Los correos electrónicos de la citada funcionaria no dejan lugar a dudas: participaba en la organización de eventos no oficiales y solicitaba en nombre de Begoña Gómez contribuciones de patrocinio.

El silencio de la señora Gómez en la comisión de la Asamblea madrileña es lógico: cuando alguien está imputado en un sumario conviene seguir las instrucciones del abogado para evitar el riesgo de pillarse los dedos con la tapa del piano. Lo que sobró fue el alegato victimista sobre una supuesta persecución judicial y política, declaración en la que se permitió incluir una reivindicación de sí misma como esforzada dueña de una carrera transparente y limpia. Su cualificación académica es inexistente, carece de titulación para inscribirse como alumna en el curso que impartía y hasta la llegada de su cónyuge a la Moncloa lucía una biografía profesional muy concisa.

Resulta llamativa la fijación de este matrimonio por los doctorados y los másters. Él se fabricó un posgrado con una tesis ‘fake’, y ella ha aprovechado el poder de su marido para explotar sus contactos institucionales como plataforma de una artificial trayectoria de experta en ‘fundraising’. Ambos parecen empeñados en labrarse una reputación académica respetable que a todas luces está fuera de su alcance, y pretenden suplir esa falta de bagaje a través de una impostura constante. Esa forma de proceder es reveladora del estilo político de Sánchez, un aventurerismo –ciertamente exitoso– lleno de atajos, apuestas audaces, trucos ventajistas y maniobras irregulares.

Pero la irresistible ascensión brechtiana de la segunda dama no habría sido posible sin la colaboración de ciertos empresarios espabilados, comisionistas arrebatacapas y algunas autoridades complacientes entre las que destaca el rector de nuestra universidad más renombrada. Este último, que nunca se arrepentirá lo bastante de su servilismo, sí contestó en la comisión parlamentaria, y su respuesta trazó un cuadro de trato de favor de características diáfanas. Según sus propias palabras, no existe ningún otro perfil de director sin título habilitante en las más de setenta cátedras similares que durante su mandato están en marcha. El resto de las preguntas sobraban. Qué mérito curricular puede pesar más que una llamada desde el palacio donde se gobierna España.