Miquel Escudero-El Correo

Un siglo después de que el joven Anthony Burns escapara de la esclavitud en que se hallaba en Virginia, la Corte Suprema de Estados Unidos declaró inconstitucional la segregación racial en las escuelas públicas. Hannah Arendt destacó que entonces casi el 80% de los virginianos rechazaba la autoridad del Tribunal Supremo y que más del 90% tampoco aceptaba la integración racial. Con ese cerril estado de ánimo racista, en la ciudad de Little Rock se quiso impedir la disposición judicial y grupos organizados acorralaron a nueve jóvenes negros, impidiéndoles la entrada en la escuela en que se habían matriculado; todo con insultos y escupitajos.

El gobernador de Arkansas se puso a favor de la mayoría racista y ordenó a la Guardia Nacional que no dejara que aquellos muchachos fueran a aquella escuela. El presidente Eisenhower desautorizó esa decisión y aplicó un artículo equivalente al 155: puso a la Policía bajo las órdenes de la Unión de modo que se protegiera el libre acceso de los muchachos acosados.

Al republicano Eisenhower le quedaban tres años para acabar su segundo mandato. En su haber está aquel respaldo al derecho. En su debe está, a ojos españoles, su visita a Madrid acompañado por Franco. En su discurso de despedida, televisado, aquel general de cinco estrellas alertó contra el abusivo negocio del complejo militar industrial. Reclamó una ciudadanía informada y dijo que «la desmilitarización debe ser imperativa y debemos aprender a dirimir nuestras diferencias con nuestros intelectos y con decencia, en lugar de con las armas. Dejo mi cargo con un sentimiento pesimista de que podemos lograrlo».