- Al menos desde Clausewitz deberíamos estar vacunados contra una concepción tan naif de lo políticoÓscar Monsalvo – Opinión
Ya tenemos nuevo concepto de moda. Reluciente, recién salido de los despachos, a pagar en cómodos plazos. La antipolítica, señora, ha llegado la antipolítica.
La desconfianza ante el poder es antipolítica. La comprobación de titulares es antipolítica. La denuncia de una mala gestión es antipolítica. La fe del verdadero creyente es la alternativa recomendada por las autoridades. Para qué vas a molestarte en comprobar si la reacción a la visita de Sánchez y el Rey en Paiporta fue dirigida por la ultraderecha. Ya te lo dicen El País y Moncloa. No eran vecinos de allí. Sánchez recibió un golpe en la cabeza. De verdad. Lo has visto en las imágenes. ¿Cómo? ¿Que no estás seguro? ¿Que vas a verlas de nuevo? ¿Que no has sido capaz de encontrar el golpe? ¿No crees en la política? ¿No crees en tu país?
Los últimos años hemos ido viendo cómo se inflaban y se deformaban conceptos que deberían usarse con cuidado. Pero nunca era suficiente. Cada poco tiempo había que renovar la vajilla. La ultraderecha absoluta no fue suficiente. El fascismo que seguía aquí y a la vez está volviendo no fue suficiente. El ensangrentado cuchillo de Reyes Maroto no fue suficiente. Decir ‘fake news’ por defecto ante cualquier denuncia no está siendo suficiente. Hace falta un monstruito conceptual nuevo para decir “¡Bu!” en los periódicos y en las tertulias.
Alguien podría hacer un interesante ejercicio periodístico: rastrear el primer pico considerable del concepto en España. Quién lo usó por primera vez, cuándo, para qué. Y después, rastrear su extensión. Quiénes lo fueron usando, cuántas horas después, en qué cabecera.
En un trabajo estudió a jóvenes que querían participar en actos violentos yihadistas; en otro trabajo más reciente estudió a votantes de Vox. El cerebro del lector-creyente, a salvo de estos estudios, completa la imagen
A mí me interesa especialmente un artículo de Natalia Junquera el lunes pasado en El País. Intelectuales y medios de masas sacan a la antipolítica del ámbito marginal: conspiranoia, bulos y demagogia en ‘prime time’. El ejemplo que escoge para sacar a pasear el trasto es la comparación entre la actitud de Pedro Sánchez y la del Rey en Paiporta. Uno se marcha sin apenas haber llegado, el otro aguanta el barro, se dijo. Y se dijo porque fue lo que pasó. Bien, pues eso no se puede. En el tercer párrafo llega la tesis y la bronca. “Puede parecer crítica política (…) pero es antipolítica”. Acabáramos, Uno pensando que estaba interesándose por el estado de su país, de sus dirigentes y de la prensa y resulta que no. Que estaba haciendo algo que ni siquiera sabía que existía. Y no lo dice la periodista Natalia Junquera, cuidado. Lo dice “la politóloga Pilar Mera, profesora del departamento de Historia Social y Pensamiento Político de la UNED”. Oh là là. Moncloa, El País y una politóloga. No queda más que callar.
Después de la pieza del lunes pudimos ver un ejemplo aún más estrafalario. Titular del mismo medio en X. “Esta neuróloga estudió a votantes de Vox para entender por qué difundían mentiras en temas como la inmigración”. La misma combinación. Munición para el relato y apelación a la autoridad. El primer párrafo abría con fuerza. La flamante neurocientífica, nos contaba Javier Salas, es una experta en la mente de los extremistas. En un trabajo estudió a jóvenes que querían participar en actos violentos yihadistas; en otro trabajo más reciente estudió a votantes de Vox. El cerebro del lector-creyente, a salvo de estos estudios, completa la imagen.
Alguien comenta tranquilamente la semana en un bar y se le aparecen Junquera, Escolar, alguna politóloga de turno y el comité de verificación Intxaurrondo. “¿Seguro que quieres seguir por ahí, marginal?”.
La Ciencia y el Periodismo están para eso. Para fabricar conceptos y relatos -polarización, crispación, radicalización, fake news, antipolítica- en serie que desactiven temporalmente cualquier tipo de desviación. En cualquier ámbito. Porque tampoco es suficiente con desactivar a la oposición. Prensa, TV, red social, conversación de amigos, reunión familiar, cualquier espacio puede llamar la atención de las autoridades sanitarias. Alguien comenta tranquilamente la semana en un bar y se le aparecen Junquera, Escolar, alguna politóloga de turno y el comité de verificación Intxaurrondo. “¿Seguro que quieres seguir por ahí, marginal?”.
Todo lo que no esté en el Boletín Oficial del Editorial es un bulo. Todo lo que está, no puede serlo. Todo lo que parezca una crítica política al Gobierno es antipolítica. Todo lo que sea elogio se convierte en análisis académico. Todo lo que pretenda examinar la realidad de manera aristotélica -de lo que es, que es; de lo que no es, que no es- es agitación ultrafascista. Cualquier llamamiento público a la mentira buena -“¡Mentiiid!”- es una defensa de la verdad.
Vamos terminando. La antipolítica no existe. Es un concepto absurdo. Al menos desde Clausewitz deberíamos estar vacunados contra una concepción tan naif de lo político. Por llevarlo a nuestro contexto: lo que hacía Otegi en ETA era política. Lo que hace ahora, también. Lo que hacía Aizpurua en su revista era política. Lo que hace hoy en el Congreso, también.
De la misma manera: lo que hacía El País cuando las investigaciones sobre los GAL incomodaban al Gobierno del PSOE -”el sindicato del crimen”- era periodismo; lo que hace ahora -”la antipolítica”-, también.