Sergi Doria-ABC
- La izquierda equipara los embalses con la propaganda del No-Do franquista. La que va de Narbona a Ribera, de Maragall a Colau, de Zapatero a Sánchez
El 14 de diciembre de 2003, Pasqual Maragall alcanzaba la presidencia de la Generalitat sostenido por Esquerra Republicana y los comunistas de Iniciativa. La gran esperanza no nacionalista para superar dos décadas de pujolismo no consiguió ganar con el margen esperado desde que en 1998 anunció su candidatura. El PSC fue la fuerza más votada, pero CiU se mantuvo como la candidatura con más escaños en el Parlament.
El documento que evacuó la coalición de izquierdas conocida como Tripartito pasó a la historia de la infamia política como el Pacto del Tinell. Los firmantes se comprometían «a no establecer ningún acuerdo de gobernabilidad (acuerdo de investidura y acuerdo parlamentario estable) con el PP en el ‘Govern’ de la Generalitat». También a «impedir la presencia del PP en el gobierno del Estado y renuncian a establecer pactos de gobierno y pactos parlamentarios estables en las cámaras estatales».
Uno de los caballos de batalla era frenar el Plan Hidrológico Nacional (PHN) que aprobó el gobierno de José María Aznar con el apoyo de Convergencia. Dos meses antes del engendro del Tinell, Maragall había hecho méritos ante sus socios con una declaración ecologista y nacionalista. En un acto de campaña en Deltebre se comprometió a «no enviar ni una gota del agua del Ebro» a las comunidades de Valencia y Murcia, negativa que justificaba por «un principio de equidad y justicia». A su juicio, las comunidades del Levante español no habían practicado el uso y ahorro del agua «que nosotros sí hemos hecho». El ecologismo (doctrinario) y el nacionalismo (supremacista) anudados en ese ‘nosotros’ tan poco socialista y solidario: dos ingredientes para seducir a la Iniciativa eco-comunista de Joan Saura y la Esquerra independentista de Josep-Lluís Carod Rovira. En aquel mitin Maragall demostró que el movimiento (en este caso, ideológico) se demuestra andando. Al PP ni agua, y todavía menos agua a las comunidades en las que gobernaba y a la propia Barcelona. Hubo también estopa dogmática para el Gobierno de Pujol, al que acusó de «haber vendido el Ebro para salvar al partido». El trasvase no era necesario, quería creer aquel Maragall rehén de unos socios radicales y cómplice discursivo de su correligionario Marcelino Iglesias –Marcel.lí en Cataluña–. El presidente aragonés impulsaba manifestaciones contra el PHN en Zaragoza, Madrid y Barcelona que el presidente catalán aplaudía: Cataluña reutilizaría el agua con la implantación masiva de depuradoras y el aprovechamiento de las capas freáticas para riegos urbanos, agricultura y usos industriales.
El PHN que Maragall denostaba y que Zapatero desactivó no era una ocurrencia caprichosa del Gobierno Aznar. Su anteproyecto se remontaba a 1992. Pretendía ser una respuesta a la cronología fúnebre de inundaciones y avenidas en las más de mil zonas inundables de la Península: en el año del Quinto Centenario del Descubrimiento sumaban más de 2.400 referencias catastróficas, una media de cinco inundaciones por año. Justo aquel 92 se cumplían 35 años del desbordamiento del Turia en Valencia y 30 de las inundaciones en la comarca del Vallés (septiembre de 1962) con un millar de muertes.
En un estudio sobre el anteproyecto del PHN publicado por la Revista de Obras Públicas en diciembre de 1993 el ingeniero Luis Berga Casafont pedía más actuaciones no estructurales, aunque valoraba las ambiciosas infraestructuras y una planificación hidrológica que procediera «al deslinde de los cauces públicos y la zonificación de las áreas inundables en función del riesgo potencial y de su calificación urbanística». Un objetivo que, según el plan, debería cumplirse en 2002 y al que Berga Casafont demandaba el mayor énfasis para «la reducción importante de los daños progresivos que producen las inundaciones» y avanzar en un sistema de previsión y alarma eficaz. Según las previsiones del PHN las inundaciones en España podrían estar resueltas en 2012.
Pero ahí estaba el PSOE jugando con el agua de todos. Cuando Rodríguez Zapatero llegó a La Moncloa, el PHN devino papel mojado. Se contentaba así al PSC que le respaldó en su carrera a la Secretaría General: apoyando el nuevo Estatuto y sonriendo a los socios de Maragall. Iniciativa quería imponer sus dogmas ecologistas; Esquerra, ganar votos en el Ebro y desbancar a Convergencia, el eterno rival.
Con el ‘Compromiso del Ebro’, la palabra ‘trasvase’ sería erradicada de Cataluña. Entre lo que perduró del PHN figuraba la construcción de la presa de Cheste, presentada en julio de 2004 por la Confederación Hidrográfica del Júcar (CHJ). El proyecto se enmarcaba en un plan contra las riadas de la gota fría –hoy DANA– en la comarca de L’Horta con epicentro del desbordamiento en el barranco del Poyo. Con una capacidad de ocho hectómetros cúbicos, la presa protegería a dieciséis municipios mediante diques y corredores verdes que laminarían inundaciones: Alacuás, Aldaya, Catarroja, Cheste, Chirivella, Godelleta, Masanasa, Paiporta, Picaña, Ribarroja, Torrente, Cuart de Poblet, Loriguilla, Mislata y Valencia. La presa del Cheste nunca se hizo realidad.
El PHN se hizo para repartir el agua, coartar inundaciones y paliar sequías. En 2008, la Cataluña tripartita que había condenó el Plan, moría de sed. El aragonés Marcel.lí daba palmaditas en la espalda a José Montilla, sucesor de Maragall: ojalá que llueva y se llenen los pantanos… ¿Llevar agua del Ebro a Barcelona? ¡Ni hablar!; los mandamases del segundo Tripartito izquierdista retorcían el lenguaje con una comicidad más propia de la Libertonia de Groucho en ‘Sopa de ganso’ que de una región avanzada de la Europa mediterránea. Para ridículo, el consejero de Medio Ambiente, el eco-comunista Francesc Baltasar, antes de ponerse a rezar a la Moreneta: vendió el trasvase del Segre a Barcelona como una «captación puntual reversible». Su compañero, el consejero Política Territorial Joaquim Nadal, abundó en la neolengua: no habría trasvase del Segre hacia la cuenca Ter-Llobregat, pero no era descartable una «captación de agua temporal de emergencia» si esta fuera necesaria. Si la palabra ‘trasvase’ es tabú se cambia por otra expresión, aunque exprese la misma acción. Como la consejera de Interior, Montserrat Tura: disfrazaba que un joven acuchillado en Berga en 2005 había muerto diciendo que su situación era «incompatible con la vida». El eufemismo y la corrección política para uso y el abuso de la ideología. Lo que se ha dado en llamar ‘relato’. Esa es la izquierda que equipara los embalses con la propaganda del No-Do franquista. La que va de Cristina Narbona a Teresa Ribera, de Pasqual Maragall a Ada Colau, de Zapatero a Sánchez. La de las desaladoras por doquier: la ‘salmorra’, tapada con el relato y aquella cursilada de Zapatero en la Cumbre del Clima de 2012: «La tierra no pertenece a nadie, salvo al viento». De aquellos vientos, estas tempestades. De aquella ideología ‘soi disant’ ecologista –«soy ecólogo, no ecologista», advertía el sabio Ramon Margalef–, estas inundaciones. De aquel dogmatismo, estos fangos.