Iñaki Ezkerra-El Correo
- El fenómeno criminal de ETA mezclaba brutalidad y cursilería de forma simultánea
Es la escena de ‘La infiltrada’ que más me llamó la atención por lo inesperadamente realista y por lo gráficamente genuina. Me refiero al momento en el que el joven terrorista que se hospeda en el piso de la heroína le confiesa a esta el gran motivo que da sentido a su vida y que le llevó a alistarse en ETA: el sueño de una Euskal Herria libre en la que pueda volver a casa y comer las lentejas que hace su madre. Yo creo que la joven agente de la Policía Nacional que encarna en esa película la actriz Carolina Yuste, y que pasó ocho años de su existencia haciéndose pasar por lo que detestaba, podría estar preparada para la confidencia más vil y sórdida de uno de esos personajes que tiraban de pistola, pero que para lo que no estaba preparada era para escuchar una confesión tan naíf, tan bobalicona y tan cursi como ésa. Yo creo que tendría asumida la necesidad de morderse la lengua cuando oyera de esa gente las mayores salvajadas. El misterio es cómo pudo aguantarse, ante ese muchacho más simple que el mecanismo de un globo, las ganas de decirle: ¡Pero quién te impide a ti, so tarao, comer esas dichosas lentejas! ¡Qué Estado represor conspira contra tu nostalgia por las legumbres maternas!
Sí. Uno de los rasgos más espeluznantes de ese fenómeno criminal que se cobró casi un millar de víctimas mortales, y que empañó de luto más de cuatro décadas de la vida española, es esa simultánea mezcla que lo caracterizó de brutalidad y cursilería. Una combinación que resulta inverosímil y que sabe reflejar muy fielmente la película de Arantxa Echevarría a través de los dos miembros de la banda con los que la infiltrada tiene que vérselas.
Creo que es la primera vez que no me pongo de mal humor viendo una película sobre ese tema. Como creo sinceramente, y me consta, que la gran virtud de esa película es el realismo sin concesiones. Por un lado, rinde un justo y objetivo homenaje a la Policía Nacional, un cuerpo del que a veces nos hemos olvidado a la hora de rendir gratitud a quienes se enfrentaron a ETA. Por otro, no se priva de escenificar las rivalidades mezquinas, pero humanas, que ha habido entre unas y otras fuerzas de seguridad o las de un comisario por llevarse méritos, o las de un superior por impedir que se los llevara. No es un filme hagiográfico, pero narra una hazaña grandiosa. Hay a quien le parece insólito que una chica de veinte años corriera ese riesgo, pasara ese miedo e hiciera ese sacrificio por este país. A mí lo que me parecen insólitas son las mentes de esos dos asesinos; de ese veterano que es una mala bestia, capaz de convertir el inmueble donde se esconde en una pocilga; de ese joven que es un memo, de acuerdo, pero un memo dispuesto a segar vidas humanas en nombre de «las lentejas de ama».