La reducción del Estado a una especie de administrador de comunidad de vecinos ha empeorado las cosas
El escándalo permanente de los estertores del sanchismo impide prestar atención a otros no menos acuciantes que también nos conciernen. Estamos, esta vez sí, metidos en un cambio histórico, cuya última expresión es el giro trumpista del que hablé en esta columna. El The Telegraph informaba recientemente de que, según la propia policía, judíos y homosexuales corrían peligro en ciertos barrios musulmanes de Berlín. Hace pocos días, la marina danesa sorprendió y abordó a un barco mercante chino, con capitán ruso y destino a Rusia, dedicado a la destrucción de cables de telecomunicaciones en el Báltico.
No hay día que no proporcione una noticia inquietante acerca de la situación de guerra, larvada o abierta, a las democracias occidentales por la coalición de autocracias que incluye a Rusia, China, Irán y sus terminales islamistas, sin olvidarnos de Venezuela y el Grupo de Puebla (Zapatero acaba de lanzar la alarma mundial contra la administración Trump, un mensaje optimista).
Exceso de telarañas
Como es norma en la modernidad, el enemigo está fuera pero también dentro, y no solo en forma de barrios donde la policía no se atreve a entrar (eso lo hemos conocido a la perfección en el País Vasco: no es monopolio islamista), sino de una parte no pequeña de la opinión pública que no acaba de entender qué pasa. El exceso de telarañas tendidas en la niebla impide reconocer hechos y su significado, como cuando los pacifistas de los años 30 recomendaban el apaciguamiento de Hitler y Mussolini e ignorar a Stalin.
Por eso creo necesario reflexionar sobre los errores de interpretación de la realidad que más han contribuido y contribuyen hoy a equivocar las decisiones. Uno de los más llamativos, y sin embargo soslayados, es el que me gusta llamar “error Fukuyama” en atención a su principal formulador, pero no único creyente: el politólogo norteamericano Francis Fukuyama (The End of History and the Last Man, 1992); sigue considerado uno de los mejores analistas mundiales a pesar, o quizás precisamente por, equivocarse con errores que coinciden estrechamente con lo que el establishment desea oír. Dudo, por ejemplo, que los gobiernos europeos, con el alemán a la cabeza, se hubieran metido como lo hicieron en la trampa de Putin sin el error Fukuyama.
China desarrolló una variedad propia de capitalismo de Estado que consiste en libertad económica, controlada por el Gobierno, sin la menor libertad política; es tan exitosa que amenaza con hacerse hegemónica
Cuando la URSS colapsó sin previo aviso, en 1989, Fukuyama triunfó con la tesis de que el capitalismo liberal representa la culminación de la historia y es el único modelo viable de sociedad y economía, tesis a la que, con matices, se apuntaron numerosos conservadores y liberales. Sin embargo, el principal fenómeno político posterior fue el auge de populismos hostiles al capitalismo liberal, el fundamentalismo islamista no retrocedió un ápice, y China desarrolló una variedad propia de capitalismo de Estado que consiste en libertad económica, controlada por el Gobierno, sin la menor libertad política; es tan exitosa que amenaza con hacerse hegemónica.
El orden democrático liberal sigue tan atacado como siempre, si no más, pese a que Fukuyama escribió, en “¿El fin de la historia?” (1989), que habríamos llegado “a una inquebrantable victoria del liberalismo económico y político (…) el punto final de la evolución ideológica de la humanidad y la universalización de la democracia liberal occidental como la forma final de gobierno humano” (si les interesa, ofrezco una explicación más amplia en En defensa del capitalismo).
Negocios privados y gestión con la Política
El signo de este Fin de los Tiempos era la salida de la URSS del escenario. Durante unos años, la estrecha colaboración entre el presidente Busch, Gorbachov y luego Yeltsin pudo alimentar esta ilusión, pero Putin pronto se encargó de desmentirla por completo, contando con poderosos apoyos internacionales unidos por la voluntad de acabar con la democracia liberal-capitalista sin ver en ello el menor peligro para sus negocios, sino todo lo contrario. No se prestó atención a la cumbre de Putin y Xi Jinping en febrero de 2022 en Pekín, poco antes de invadir Ucrania, donde ambos dictadores suscribieron un manifiesto declarándose las auténticas democracias y atacando a occidente y su pretensión de superioridad; Mussolini dijo exactamente lo mismo al declarar la guerra a los aliados (ya ven, el desdén del conocimiento humanístico es mal negocio).
Cuando se hizo evidente que nuevos conflictos sustituirían a los viejos, y que el antagonismo geopolítico entre Estados Unidos y China abría una nueva Guerra Fría, los más prudentes se apuntaron a la tesis moderada del “triunfo del capitalismo y derrota del comunismo” de John Kenneth Galbraith, crítico con las trampas del sistema y las del lenguaje. Algún compañero neocon de Fukuyama, como Robert Kagan, llegó a la conclusión de que se habían precipitado una vez más: la guerra ideológica, los marines y la Sexta Flota iban a seguir siendo necesarios.
Los sordos y ciegos voluntarios
Sin embargo, aparecieron dos grandes espacios de indiferencia que prefirieron aferrarse a las falsas esperanzas y al error Fukuyama: la Unión Europea y la nueva izquierda populista o woke. La tesis de que Putin y Xi Jinping preferían ganar dinero haciendo negocios y dejando de lado fantasías imperiales falló estrepitosamente.
La reducción del Estado a una especie de administrador de comunidad de vecinos ha empeorado las cosas, agravada por la necia convicción hegemónica europea, en el fondo supremacista, de que los millones de inmigrantes musulmanes no deseaban otra cosa que renunciar a sus creencias y tradiciones para adoptar las escandinavas o germánicas o francesas, y se podía y debía abandonar la educación cívica por mor del multiculturalismo. Craso error, una de cuyas consecuencias ha sido el rebrote brutal del antisemitismo, la vieja señal de alarma de peligro totalitario.
El “error Fukuyama” tiene varios ingredientes: el absurdo mito hegeliano del fin de la historia; la confusión de la política con los negocios, y viceversa; la reducción del ciudadano a consumidor más pendiente de su pensión futura que de su libertad actual en peligro.
¿Saben cómo podemos recuperar el realismo, indispensable para la libertad? Además de no seguir ciegamente a los especialistas en errores, conviene hacer caso a lo que señaló Zygmunt Bauman en su Modernidad líquida: recuperar la Política (con mayúscula) salvando la esfera pública de la intromisión y colonización de intereses privados, como los del excanciller socialdemócrata Schröder y sus negocios con Putin, que llevaron al dislate del cierre de las centrales nucleares y a la dependencia de Rusia. Recuperar la política es, como dice Bauman, la esperanza más realista para defender la libertad amenazada.